Es bien sabido que Córdoba no suele salir en los telediarios. Lo hace solo muy de vez en cuando en relación con los patios, con algún acto cultural relevante, o con alguna desgracia como el reciente vertido de orujo en el río y la mortandad de peces que ha provocado; también, eventualmente, por el calor, aun cuando Sevilla se suele llevar las «medallas», como si junto a la Giralda tuvieran la exclusiva de estos cuarenta y muchos grados que nos han tenido a todos durante tres semanas al borde del colapso, con la neurona achicharrada, los nervios tan tensos como la cuerda de un violín, el sueño de vacaciones en Cancún, los miembros aletargados, y un cansancio tan grande que en esos momentos cuesta incluso alzar el botijo. Y es que ha sido un junio infernal. No me atrevo a calificarlo de apocalíptico porque ese adjetivo lo reservo para nuestros vecinos portugueses y el drama vivido en Pedrógão Grande y Góis; también, para lo ocurrido en Moguer, Mazagón, y el entorno de Matalascañas y el Parque Natural de Doñana, aquí, por fortuna, sin víctimas. Pues bien, en medio de tanta noticia luctuosa, Córdoba recuperó protagonismo en los telediarios debido a que el pavimento del puente romano había reventado como consecuencia de las altas temperaturas. ¡Tan inaudito debió parecer a sus editores que una obra reciente, en un monumento tan milenario como emblemático, se viera afectada de esa manera por un calor que forma parte de esta ciudad como la yema del huevo! Sin embargo, a nadie oí preguntarse por qué había ocurrido, quiénes son los responsables últimos de tamaño desaguisado, cómo entender que ni arquitectos, ingenieros, urbanistas o representantes institucionales salieran a dar la cara y a asumir con gallardía un hecho injustificable. Obviamente, están mucho más a gustito en sus respectivos despachos, al resguardo del aire acondicionado, mientras un buen número de escuelas, centros universitarios y espacios públicos han desarrollado su labor este mes con temperaturas medias de 35º. Por eso, habría sido cuando menos curioso que prosperara la propuesta de suspender el acondicionamiento en el Parlamento andaluz mientras quede un solo rincón en Andalucía que no reúna garantías suficientes de habitabilidad, o no cumpla la normativa de prevención de riesgos laborales. Tal ejercicio de empatía y solidaridad hubiera reconciliado a muchos ciudadanos con sus políticos; pero no, no existe tal peligro. No es poco que acaben de darse cuenta de que es preciso aumentar el número de árboles en nuestras plazas, calles y colegios, y hacer un uso responsable del agua. ¿Será posible que ninguno de ellos se haya enterado hasta ahora del proceso terrible de desertificación que nos afecta?

Volviendo al tema del puente, lo que de verdad preocupa --anécdotas aparte-- es que el problema surgido obedezca a algún vicio oculto que antes o después acabe dando la cara y provoque una tragedia. Los técnicos ya han dicho que no, pero ¿cómo creerles después de que no supieran prever que en Córdoba nos vemos sometidos cada año a temperaturas extremas (lo único diferente es que este año se han adelantado a junio) y, por consiguiente, hace falta dejar juntas de dilatación tan grandes como canales? Es una más de esas incongruencias a las que asistimos cada día, mientras vemos desaparecer de la escena pública a condenados y chorizos que nunca pisarán la cárcel, desfilar por los juzgados a gente que no se acuerda de nada, pelear a los lobos por un miserable trozo de carroña, progresar el miedo hasta casi la histeria, maniobrar a los bancos en perjuicio siempre del ahorro y los pequeños inversores, o abandonar sus colegios a nuestros hijos porque no pueden soportar el calor que hace en ellos. Esquizofrenia en estado puro, que alcanza su nivel máximo si pensamos en la negación del cambio climático por parte de algunos dirigentes, o en la falta de un acuerdo internacional verdaderamente efectivo que ponga pie en pared y trate al menos de reconducir las cosas. Echen un vistazo a la temperatura media de junio y sus valores de récord, y comprenderán de un tirón el alcance del problema. ¡Y aquí no vale el argumento de que nosotros no lo vamos a conocer porque el progreso del cambio climático es lento! La desertificación del sur peninsular avanza a pasos agigantados. O ponemos remedio pronto, o será necesario huir, si es que antes no sucumbimos a la calor; esa caló que en esta época del año pasa a conjugarse en femenino, como ocurre con el mar cuando muestra su cara más trágica, y que terminará por derretirnos definitivamente el cerebro mientras nos preguntamos cómo justificar tanta incompetencia, tanta cara dura, tanto cinismo...

* Catedrático de Arqueología UCO