Todo es interpretable, pero el sentido común, el menos común de todos los sentidos, solo tiene un camino. Digo esto por el medido y juicioso editorial de este periódico de hace unos días sobre el coronavirus y la emergencia de salud pública internacional creada y por la columna del paisano Jesús Vigorra del último domingo, en la que llamaba a la sensatez frente a la mera alarma, temiendo más que a la plaga vírica «la epidemia de miedo, extendida por todo el mundo, que se propaga a mayor velocidad que la prudencia».

Y es que si me dan a elegir entre lo «viral» en internet y lo «vírico» en el mundo real, casi me preocupa más lo que se cuece en la red de redes, repleta de las teorías conspiranoicas y de la desinformación más peligrosa imaginable. Hace unos días me vi un reportaje en TV de un congreso de «terraplanistas», seguidores de la teoría de que la Tierra es plana, en buena parte alentados por contenidos al respecto en internet. Pero en cuestión de salud, la desinformación llega a un nivel de auténtico peligro. Me he sorprendido encontrando que aún hay quienes pertenecen a un movimiento que aboga en páginas web por la autotrepanación: el abrirse uno mismo un agujero en el cráneo. Así... como suena. Y volviendo al coronavirus, hasta la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha tenido que hablar con Google para tomar una medida sin precedentes en el buscador global: saltarse sus sacrosantos y misteriosos algoritmos del sistema, que ponen en cabeza a los enlaces más populares y «rentables», y colocar en las primeras posiciones de los resultados de búsqueda la información fiable de la OMS, evitando que así se cuele cualquier iluminado con una noticia tan alarmista como falsa.

Porque, por poner un ejemplo de la estupidez del alarmismo, está lo de la histeria para comprar mascarillas. Cualquier alérgico que haya usado mascarilla contra el polen sabe que, generalizando, las hay de dos tipos: una de ellas tienen características como las que se emplean en los quirófanos, que impiden que se expulsen partículas cargadas de gérmenes. Es decir, que evitan el contagio del usuario de la mascarilla hacia los demás, pero que no llegan a garantizar totalmente que el que la usa respire partículas desde el exterior, por lo que su protección (en el caso de los alérgicos ante el polen) es relativamente reducida. Los chinos sabrán por qué las utilizan, ya que para evitar que las partículas de todo tipo pasen a las vías respiratorias del usuario de la mascarilla hay que ponerse otras especializadas, con una válvula para expulsar el aire.

Pero claro, explicar todo esto sobre las mascarillas no cabe en un texto un poco largo ni en 140 caracteres, y por lo tanto pasará desapercibido en internet. Y es que los escritos cortos son el refugio de la estupidez, esa característica humana que no tiene límites y se propaga con más facilidad que cualquier virus.