A veces se te desajusta el pensamiento cuando vas pensando por la acera y te ladra de mala manera un afortunado perro con dueño o una bicicleta te roza a velocidad impropia con su manillar. Es el momento en el que piensas que por qué permiten los policías cordobeses que los andenes de los peatones se hayan borrado del mapa sin prisas de la ciudadanía y que la autoridad competente sea partidaria de que nadie piense al pasear porque el instinto te guía a preservarte de chocar contra bicicletas. Claro, y entonces, en vez de ponerte a meditar sobre el ser humano y sus ansias de independencia -mi pueblo, Villaralto, la consiguió hace cuatro siglos, en el XVII, de Dos Torres—y pensar en el País Vasco, Cataluña, Fuente Carreteros o La Guijarrosa, se te obligue a abandonar una reflexión acerca de las actitudes de esos cinco pueblos -o regiones o comunidades autónomas-- con respecto a la independencia porque los ciclistas te impiden pensar y te obligan a hacer un ejercicio de defensa de tu integridad. En el principio, en la España de ahora, el deseo de independencia era el País Vasco, cuya aspiración se manchó de sangre. Le seguía Cataluña, una tierra a la que acudieron nuestros antepasados andaluces para conseguir en ella prosperidad y quizá por ello se mantuvo en una paz que ahora se está empezando a romper. Y en la provincia de Córdoba, a sus 75 pueblos de siempre, ahora se suman dos más, Fuente Carreteros y La Guijarrosa, que empiezan a celebrar en el siglo XXI una alegría que parece que no tiene espacio en la época de la globalidad, cuando estaban atados a Fuente Palmera y a Santaella. ¿Qué tienen que ver Fuente Carreteros y La Guijarrosa con aquella sangre derramada en el País Vasco y con el concepto de que la catalanidad es la constatación de una raza superior que habla un idioma distinto al castellano? Quizá nada. Aunque estos espacios de las aceras que el Ayuntamiento de Córdoba nos deja para reflexionar en mitad de tanta bicicleta a velocidad imposible nos impiden que nuestro pensamiento acierte. Celebremos que Córdoba tiene dos pueblos más, cuya existencia depende de la voluntad por la vida y del empeño de que la España rural no se quede vacía.