Han intentado alguna vez darse de baja en una empresa de telefonía…? Posiblemente coincidiremos en algo: es lo más parecido a una pesadilla que se puede vivir. Horas al teléfono, decenas de operadores, variedad de departamentos…; todo para nada; porque, con frecuencia, después de haber anulado o cancelado servicios una y otra vez, te llegan recibos supuestamente pendientes que desconocías, penalizaciones no explicitadas en su momento, llamadas a deshora, envíos extemporáneos, sorpresas inesperadas, presiones y amenazas… ¿Cómo es posible que esta gente se mueva con semejante descaro y en la más absoluta de las impunidades; que abusen de nosotros como lo hacen; que nos hagan sentir absurdamente indefensos y expuestos por el simple hecho de ya no querer trabajar con ellos? Es, sin duda, otro aspecto más de esta España nuestra de esperpento y blanco y negro que hace crecer a diario la indignación del ciudadano, su frustración, su resentimiento hacia los poderosos y el sistema, su hastío y sus ganas de emigrar al Polo Norte o, en su defecto, a la Luna. Tratar con estas operadoras -hablo conscientemente en abstracto-, salvo en el momento del alta, que por algún extraño mecanismo suele ser poco menos que automática una vez que se han hecho con tus datos, es como caminar en el desierto durante días, bajo un sol ardiente y sin agua. La voz de sus grabaciones, la musiquilla que las acompaña, las esperas, la pusilanimidad de sus agentes, entrenados para soportar enfados y dejarte peor que estabas, la desfachatez y las prácticas improcedentes de todo tipo a las que te someten, la descoordinación entre sus diversos departamentos siempre en perjuicio del cliente…, llegan a provocarte angustia, a acobardarte, a que entiendas cómo la tortura puede admitir mil formas y grados. De ahí que desde aquí quiera lanzar un SOS desesperado a quien corresponda para que intente ponerse en el lugar de los pobres consumidores y, más allá de la ley, busque alguna solución para tanto atropello; un SOS que sé fútil de entrada. Basta, para comprenderlo, con detenernos un momento a pensar en las famosas puertas giratorias, que ofrecen a muchos de nuestros prohombres en excedencia (o no) la posibilidad de disfrutar de retiros dorados en estas y otras compañías, a cambio, presuntamente, de sueldos millonarios. Eso, si es que no forman ya antes parte del staff, y contribuyen de forma activa al problema, favoreciendo los abusos. Un escándalo más, que se suma a tantos otros que salpimientan nuestra dura realidad cotidiana y nos hacen vivir en un continuo sobresalto; porque estarán conmigo en que hay días en los que todo parece irse al garete, en que ya no basta con la pinza en la nariz para soportar el hedor, o con el digestivo para aguantar las náuseas. ¿Será verdad que no queda nada sin corromper en esta España nuestra de chimpún y pandereta? ¿Qué hacer ante el estado de descomposición general, ante la pérdida de valores, ante la sensación de injusticia y avasallamiento que sentimos a diario quienes, cívicamente, nos limitamos a trabajar, callar, tragar y pagar, como mandan los cánones? Si resulta que cada vez somos menos, y encima nos roban a manos llenas, ¿quién puñetas va a sostener a este pobre país?

Lo que ocurre con las compañías telefónicas es un reflejo más de una situación límite, diseñada para el enriquecimiento de unos y la explotación del resto. Y que conste que no hablo de teoría económica, ni tampoco de política. Me limito a aplicar una lógica de andar por casa, a sumar con los dedos, a defenderme con el único medio a mi alcance de un agravio continuado al margen de toda lógica, de abusos de poder capaces de acabar con los nervios y la paciencia del más templado. Si las horas que he dedicado en los últimos meses a pelearme con algunas de ellas (o, mejor, con voces enlatadas y sms que no admiten discusión, u operadores con los que resulta imposible razonar mínimamente) las hubiera empleado en escribir, podría haber parido un volumen de quinientas páginas; y, como yo, hay miles de personas que se sienten ultrajadas, vejadas, maltrechas. Hoy por hoy el teléfono e internet son servicios tan básicos que han pasado a ser un derecho fundamental del ciudadano. Pues bien, urge desarrollar mecanismos aún más efectivos y contundentes de defensa del consumidor que permitan restablecer su relación con las empresas de igual a igual e impidan a éstas desarrollar prácticas inapropiadas, si es que no manifiestamente ilegales, o cuando menos inmorales. Para ello, es obvio, tendríamos que convertir nuestra reivindicación en clamor, porque dudo de que haya un solo español adulto que no pueda contar algo al respecto; pero ¿quién les convence? Han conseguido engancharnos de tal forma, que muchos preferirían morir antes que prescindir una sola hora de su iphone o de su tablet.

* Catedrático de Arqueología de la UCO