Nunca me cayeron bien los ingleses desde la asignatura de Historia en Bachillerato; acabaron de rematarme, o eso creí, cuando visité Londres en un viaje colectivo en los años ochenta, aprovechando un puente. Nos trataron como a pardillos los porteros, ordenanzas, camareros y taxistas; no te hacían maldito caso, no se enteraban o no querían enterarse ni por señas que entienden hasta los memos, salvo en los establecimientos donde se indicaba que podías pagar con pesetas. A los ingleses los trago a regañadientes porque reconozco que la mayoría son muy listos, competentes y capaces.

El remate definitivo me lo acaban de dar hace unos días con motivo del incendio de ese edificio de 24 plantas llamado Torre Grenfell dedicado a viviendas de familias muy humildes. Oída parcialmente la noticia al estar ocupado en mis cosas, creí que esa tragedia había ocurrido en alguna de las colonias de Imperio Británico o en cualquier otro país tercermundista.

Al conocer que ocurrió en el mismísimo Londres, me llevé las manos a la cabeza: ¿Acaso ignoran los riesgos de incendios y su prevención, cuando antaño se les quemó casi todo Londres? ¿No han aprendido de aquello ni de la película El Coloso en Llamas y otras por el estilo? ¡Claro que sí! Seguro que en otro edificio similar pero con pisazos de lujo habitados por lores y loras o ricachones rentistas de las colonias, hubiesen dispuesto de columna seca y columna húmeda, detectores y central de incendios y un hidrante en cada esquina. El edificio quemado era la antítesis de la prevención y las numerosas víctimas, aún no totalizadas, presuntamente, solo eran parias que no merecían irse al otro mundo como personas.

<b>Diego Gómez Palacios</b>

Córdoba