La noche de agosto me tiene así, en su estado de inconsciencia. El insomnio, la soledad, los pensamientos, el vacío de los seres queridos que el tiempo se llevó. Me refugio en los libros de los clásicos. Ellos están siempre dispuestos a hacerme compañía; son fieles siempre en su consuelo; nunca me fallan ni me decepcionan; nunca me abandonan ni me mienten. Esta noche es El Miserere , una de las maravillosas Leyendas de Bécquer. Oigo pasos en la calle, palabras a gritos, risas a gritos, risotadas... No son almas de monjes que vienen a cantar el Miserere. Debo regresar a la realidad. Apago la luz. Me asomo al balcón. Es otro Miserere, trágico, burlón, siniestro. Otra pantomima. Es otra madrugada. Un grupo de sombras, difuso en sus siluetas de gritos y risas sin mascarillas ni distancias, se pasa las botellas y su espuma; casi puedo mascar el alcohol; carcajadas que terminan en el espurreo de la bebida; dos siluetas, en un rincón, se besan; otra silueta coge una moto, hace piruetas en medio de la calle; otra silueta se va con él, sin casco; otra silueta, se coloca de cara a una pared, supongo que no es porque se siente castigado, sino porque orina o lo que sea: la imaginación tiene muchos recovecos. Es una silueta distinta a la caverna de Platón. Es la caverna. Se rompe una botella; el ruido de los cristales forma también su silueta en el silencio. Mi sombra en el balcón empieza a inquirirme con preguntas de dramáticas respuestas, de sobra conocidas. ¿Adónde irán estas sombras? ¿Qué caverna oscura recogerá la silueta de su urea y su borrachera, y la devolverá aturdida a la media tarde del domingo? ¿Qué proyecto político, educativo, social y familiar costea esa inconsciencia y su filosofía? ¿Qué hará esa sombra cuando le llegue a sus manos un hijo, una necesidad, una señal de tráfico, un bisturí, un fracaso, una pérdida? ¿Quién soporta la violencia del estomagante olor a alcohol y la estupidez con que la lengua se pierde por la boca en esa ridícula manera de intentar decir alguna tontería? Me retiro hacia el fondo de mi insomnio. Tengo que buscar como sea algún refugio, porque no hay escapatoria. Duerma o no duerma, amanecerá la calle en su desolación de otra madrugada. Y no tengo dónde huir de esta inconsciencia que todo lo embota y abotarga. H