El pavoroso incendio forestal que ha costado la vida a más de 60 personas en una zona forestal del centro de Portugal constituye una de las mayores tragedias de la historia reciente del país luso y ha generado una conmoción mundial tanto por el número de fallecidos como por las dramáticas circunstancias en que se desarrolló. Lo que parecía inicialmente un fuego de bajas dimensiones en el pequeño término municipal de Pedrógão Grande causado por una tormenta de rayos se convirtió de forma inopinada en un infierno de llamas que avanzaron con impresionante rapidez arrasando todo a su paso, tanto haciendas como vidas. La magnitud de una tragedia de esta naturaleza obliga a plantear alguna reflexión general. Ahora mismo, en un periodo de sofocantes temperaturas, el nivel de riesgo es muy alto. En el caso de esos incendios fortuitos solo sirven los planes de prevención mantenidos en tiempo de bonanza pero que resulten eficaces con buenos mapas de cortafuegos, limpieza de la maleza inflamable y creación de puestos de vigilancia. Resulta un trabajo que exige paciencia y sobre todo recursos humanos y económicos. Las políticas forestales son las primeras que sufren cuando hay recortes presupuestarios. Que la actual tragedia de Portugal nos refresque esa vieja lección de que los fuegos del verano se apagan en invierno. Y para ello hace falta decidida voluntad política e inversiones suficientes que la acompañen.