El título proviene de la estrategia, o técnica narrativa si se quiere, consistente en contar los sucesos no desde el principio. Es el caso de la pandemia actual del coronavirus que llegó a España desde China con una escala tortuosa en Italia que sirve de referente a España, tal vez por estar también al Sur del mapa europeo. Hay diferencias ostensibles, pues Italia es la tercera potencia industrial de Europa y en aspectos como la educación el alumnado difícilmente pasa de veinte-veinticinco por aula, a no ser que sea de idiomas, con un límite de quince.

Tras el excurso narrativo conviene entrar en el meollo de la cuestión, poco antes de que las autoridades sanitarias pusieran el dedo en la llaga -sobre esa materia minúscula que no tiene la categoría tan siquiera de ser vivo, el coronavirus--. Nos situamos en un hospital de la ciudad al que acudimos a Urgencias por la dolencia de un familiar, como otros tantos a expensas de que hubiese una habitación dispuesta; entre otras personas, había una mujer de mediana edad acompañada de un hijo entre los doce y trece años. Observamos con sorpresa cómo el niño se acercaba a un armario que había tras el mostrador y cogía en sucesivos acercamientos varios paquetes, que luego supe que eran de guantes, y los guardaba en el bolso abierto de la madre. Cabe reconocer el carácter de adelantados a los sucesos por venir.

Esto sucedió muy al principio, el día 24 de febrero, y luego en días sucesivos fueron desapareciendo todos los botes de gel desinfectante de los pasillos. Hubieron de ponerles una frágil cadena que, a buen seguro, disuadiría a los que se acercaban. Quedaba un regusto amargo y era inevitable retrotraerse a los momentos del surgimiento mismo de la picaresca del siglo XVI; máxime cuando una señalada dirigente del país se quejaba de la carencia ostensible de camas en su Comunidad, de la cual habían desaparecido o externalizado diez mil en ocho años, así como un nutrido grupo de sanitarios de todas las categorías, y ello dirigido por su organización que, porca miseria, había hecho reajustes para que no se disparara el déficit. Es inevitable recordar aquello que decían Sampedro y Valentí Fuster de cómo los medios, los patrones económicos, se convierten en fines, en lo que antes eran las personas. El tiempo corre, pero las actitudes siguen, clónicas en lo tocante al tinte del dorado por parte de dos personajes con el Atlántico de por medio, y ambos sonados dirigentes de sus países.

Bien que podrían protagonizar el mencionado documental acerca de personas mediocres que siguen la teoría de la imitación hasta convertirse en gilipollas -de acuerdo con la traducción que se ha hecho del documental de John Walker-- que se emite en Odisea el día 25 por la noche, basado en el ensayo de Aaron James, que promete ser de gran interés.

Queda a propósito para el final las actitudes solidarias protagonizadas por todos los colectivos, a excepción de personas insolidarias y ultramontanas. Otra España es posible. Vale.

* Profesor, escritor y ensayista