Desconozco cuál será el destino de ese viacrucis judicial emprendido por Pablo Casado con su máster. No es seguro que suba al Gólgota. El futuro de Casado permanece abierto. Como Lawrence de Arabia, el joven dirigente popular puede proclamar gozoso que «nada está escrito» (y no, no me refiero a su TFM). Desde luego, su sentencia no lo está; pese a los datos un tanto escabrosos que día a día va desvelando la prensa, no sabemos qué dirá finalmente el sanedrín. Puede que los indicios de responsabilidad penal detectados por la jueza de instrucción queden en nada, y que el fatídico cáliz sea apartado de sus labios para siempre.

No me interesa el futuro político de Casado. Pero me preocupa que el máximo líder de un partido contradiga flagrantemente los ideales que proclama, y afirme luego displicente -cuando es pillado en un renuncio- que «no merece la pena dar más explicaciones». En el ámbito educativo, el Partido Popular ensalza como rasgo propio los conceptos de «excelencia» y de «cultura del esfuerzo». Un toque severamente meritocrático frente a ese modelo educativo propugnado por el PSOE en el que, al parecer, priman la molicie, la marrullería y la titulitis. En la ponencia sobre educación presentada en el 18º Congreso Nacional del PP se remarca que «un sistema educativo de calidad es… el mejor vehículo para promover los valores de trabajo, esfuerzo y responsabilidad entre los más jóvenes».

Creo que cuando uno predica la excelencia y se matricula en un máster, lo hace pensando en todo lo que, con mucho trabajo, va a aprender, y no en la mera adquisición de un título al alcance de cualquier socialista. Ahora bien, si a este gladiador del esfuerzo le convalidan 18 de las 22 asignaturas de que consta el máster, le suprimen el TFM y reducen las cuatro asignaturas restantes a la redacción de sendos trabajos que suman 90 folios, ¿dónde quedan la excelencia y el esfuerzo? Recuerdo la figura patética de Casado extendiendo con mimo ante las cámaras sus cuatro trabajos, al tiempo que intentaba rellenar aquella mesa inmensamente vacía con folletillos de la universidad y una página del BOE. Se supone, para colmo, que con ese despliegue de papel impartía algún tipo de lección política a Cristina Cifuentes, quien solo contaba para mostrar un único papel lleno de firmas falsas (y otro folleto). En el país de los ciegos el tuerto es el rey.

Puede que Casado no haya infringido la ley; pero, por favor, que nadie de su partido venga a hablarnos ahora de esfuerzo y trabajo en la educación. Nuestra paciencia con la clase política es prácticamente infinita, pero no es infinita.

* Escritor