Por qué escribir? La literatura no tiene en sí mismo ninguna justificación. Fuera de las emociones que se intenten o puedan conseguir (prestigio, vanidad, fama, dinero; aunque algunos consigan lo contrario; o una catarsis), solo hay dos motivos básicos y ninguno de ellos es la necesidad de escribir (necesarias son otras cosas): el arte y la perdurabilidad. Pero el arte se justifica a sí mismo y no a la vida como quería Nietzsche; es un deseo que cae en el vacío. De la supervivencia Vicente Núñez lo tenía claro: en el siglo 39 sólo Shakespeare y Cervantes, o ni eso. Todos pasaremos. Huella efímera. Y famosos y populares escritores en su época han sido subsumidos por el desagüe del tiempo. En las memorias del escritor Cansinos Assens (¿alguien se acuerda de él?) titulada La novela de un literato, unos diarios alrededor del mundo del periodismo y la literatura, el autor nos habla de decenas de ellos, de sus pretensiones y anhelos literarios y su evanescencia y vida literaria en la que se comprueba cómo dice el aserto que es vida o es literaria. Caterineu, Pedro de Répide, Garfias, Camba, Marquina, Villaespesa... O nuestros Porlán y Ugart. Son tantos los escritores del siglo pasado que quedaron en la cuneta del tiempo y de la lectura (dudo que una decena de personas aún los lean) que sólo el afán inútil de algún profesor/investigador o diletante los rescatan provisionalmente de la nada.

La paradoja de la literatura: si se escribe para huir de la muerte -la necesidad-, ¿por qué el autor la recuerda constantemente? Quizás porque la muerte es la vida y la vida la muerte. En la de Pablo García Baena se ha conocido el proyecto de un Panteón de Hombres Ilustres de Córdoba. Buena idea. Hace treinta años visité el de París. De los cientos que lo habitaban in eternis no había más de los dedos de una mano para contar los todavía reconocidos, fuera de algún experto ocioso. También los libros tienen una vida efímera. Un año entre presentaciones, distribuidora y regalo a los amigos. A los sumo dos y a los cinco como un infante enfermo, han muerto.

¿Existe la vocación? Una vocación es algo tan indefinido que incluso puede coexistir con otras vocaciones, profesionales o no aunque el tiempo apremie. Dice el eterno candidato a Premio Nobel (otra impostura de la fugacidad) Haruki Murakami que «el hecho de escribir ha sido importante». No sabemos para qué pero lo habrá sido. Más escéptico se muestra Muñoz Molina cuando afirma que la literatura es vital pero no tiene importancia. Escribir es exponerse, observar, reflejar intimidades, reflexionar: algo a lo que nadie nos obliga. También es comunicar y comunicarse; pero esto ¿qué aporta? Quizás el único motivo de escribir sea la esperanza de encontrar un lector. El territorio del escritor es la libertad de creación, pero en realidad ¿esa libertad existe?

«Basta de palabras. No escribiré más», dejó anotado en su diario Pavese días antes de suicidarse. Todo un símbolo trágico del oficio de escribir. Si la literatura desde sus orígenes es una lucha contra la muerte ¡qué pérdida de tiempo!, ¡qué inutilidad! Por eso la literatura es ante todo un fracaso aunque le ponga sordina a la vida. ¿Por qué escribir? Por la impostura de la palabra; porque las palabras cambian. No estoy seguro como dijo José Luis Sampedro que escribir sea vivir. Escribir es alimentar la duda, abonar la incertidumbre. Escribir es la soledad y necesitar a los demás. Se escribe por la impostura de la palabra y del sufrimiento. Kertesz buscaba el sufrimiento en la escritura porque ello le acercaba a la verdad, pero si escribimos desde la desolación ¿merece la pena?

La impostura de escribir la define bien Wittgenstein: «Lo que se expresa por sí mismo en el lenguaje, no podemos expresarlo mediante el lenguaje». Flaubert lo dijo de otra forma: «Resulta dificilísimo expresar con palabras de una forma clara lo que aún está oscuro en el pensamiento». Pero si como dice Herman Hesse la tarea de los escritores es la de hacer visibles los abismos ocultos y hacernos conscientes de su existencia, mal vamos. Porque como dice Giorgio Manganerlli: «Su coherencia nace de su ausencia de sinceridad». Embaucado por la palabra, el escritor, se deshumaniza, se eleva, se muestra ajeno al dolor que refleja. Y la palabra es un malabarismo, un juego de ilusiones, la caja boba, el artificio de la retórica, como los fotogramas de un film nunca real; ecolalia de la mentira. Por eso el escritor sólo se salva con su inconsciencia, más oscura que lúcida; ni siquiera sé por qué escribo este artículo.

* Médito y poeta