Acasi todos nos ha sorprendido la nueva conversión de Santa Sofía en mezquita y la inflexible decisión del presidente Erdogan. A los que hayan tenido la suerte de visitar Santa Sofía --yo lo hice hace demasiados años--, puede que les embargue un sentimiento de pérdida, pero no por una cuestión de religión, sino porque un espacio tan mágico, tan poliédrico, patrimonio de la humanidad, en donde la historia rezuma por cada trozo de pared, la decisión puede hacerle perder más que sumar. La Unesco debiera tener mucho que decir sobre este nuevo horizonte, en el que Santa Sofía tendrá que sobrevivir a una extraña catarsis y compaginar su conservación como edificio patrimonio de la humanidad con el rezo diario de miles de fieles. Leía, por ejemplo, que cada día tendrán que tapar los mosaicos figurativos de sus paredes a la hora del rezo y destaparlos luego a la hora de las visitas, así que imaginemos el daño que está dualidad puede suponer para el edificio. Dicho esto, quiero reflexionar sobre el doble rasero con el que, por otro lado, puede que juzguemos la controvertida decisión, viviendo en la ciudad en la que el «derecho de conquista» fue a la inversa: otorgó la condición de catedral a lo que fuera antes mezquita. Entre las múltiples noticias que he leído sobre la conversión de Santa Sofía, me ha llamado extraordinariamente la atención las palabras literales del teólogo turco Ümit özdemir que ha dicho: «Santa Sofía es mezquita por el derecho de conquista ejercido por el sultán Mehmet, igual que antiguas mezquitas en España ahora son iglesias». El tiro, bien dado, va directo al corazón de Córdoba, siendo evidente que desde el Golfo Pérsico nos están dando más de un tiro sin darnos cuenta y hasta con el aplauso complaciente de muchos. La ocurrido con Santa Sofía para mí es una gran pérdida para la Turquía laica de Atatürk, del que me declaro fan, como de cualquier otro que mantenga el laicismo de grandes edificios que representan la historia de la humanidad, si con ello los protegemos de fanatismos, de daños y hasta de sentimientos encontrados que nunca van a reconciliarse y más aún cuando hablamos de religión, del opio del pueblo. El derecho de conquista existe, pero tal vez lo primero es saber, como en el mito de Don Juan... ¿quién fue conquistado primero?; y si la respuesta nos inquieta en esta nuestra Córdoba sultana, habrá que cortar de raíz cualquier atisbo de reconquista, porque ese rezo multitudinario del 26 de julio en Santa Sofía ya lo llaman, con mucha razón, la -- ¿imparable?-- «resurrección del Islam».