La Iglesia es pionera en el voluntariado para atender a los más necesitados desde sus orígenes. El Papa Benedicto XVI en la encíclica Deus Caritas est afirmaba: «(El emperador Juliano, el Apóstata, † 363) ...escribía en una de sus cartas que el único aspecto que le impresionaba del cristianismo era la actividad caritativa de la Iglesia. Así pues, un punto determinante para su nuevo paganismo fue dotar a la nueva religión de un sistema paralelo al de la caridad de la Iglesia… De este modo, el emperador confirmaba, pues, cómo la caridad era una característica determinante de la comunidad cristiana, de la Iglesia». El Papa Francisco, el 4 de diciembre del 2014, con motivo de la Jornada Internacional del Voluntariado, subrayó la importancia del servicio que prestan los voluntarios hoy. Les recordó que «ustedes están llamados a interpretar estos signos de los tiempos y a convertirse en un instrumento al servicio del protagonismo de los pobres». Y, además «un signo de paz y de esperanza es su actividad en los campos de refugiados, donde encuentra gente desesperada, rostros marcados por el atropello, niños que tienen hambre de alimentos, de libertad y de futuro». Les agradeció su labor porque «sus intervenciones junto a los hombres y a las mujeres en dificultad son un anuncio vivo de la ternura de Cristo, que camina con la humanidad de todo tiempo». Efectivamente, la Iglesia es un bien para la propia sociedad y pionera en el voluntariado para atender a los más necesitados desde sus orígenes. Y, sobre todo, tenemos que resaltar, «su intensa labor social desde un voluntariado generoso y entregado».