Solo soy un padre preocupado que pretende exponer su experiencia con esa «joya de la corona» de nuestro país que es la educación pública. Y es que tras dos trimestres es lamentable lo que pasa, al menos, en una clase del prestigioso instituto Séneca. Desde el comienzo del curso el aula de mi hijo no ha pasado una semana sin que sufran la ausencia de algún profesor por enfermedades o bajas varias. Unas faltas que, en el mejor de los casos, se han cubierto dos semanas después y, mientras, el sistema lo que facilita a los alumnos es un profesor de guardia que se limita a hacer de policía para mantener el orden en la clase.

Quizás haya sido un problema puntual de un aula, ya que los padres parecemos estar más preocupados por el whatsapp de la clase con los deberes o las fechas de los exámenes, que por compartir estos problemas. Dificultades que no tendrían mayor incidencia si el ritmo de trabajo, atención y motivación de los alumnos fuera el óptimo. Pero resulta que el sistema no alienta precisamente a nuestros alumnos, cuando hay clases, al menos en la de mi hijo, en las que llega a haber casi 20 alumnos castigados de pie al fondo del aula por desinterés. Es posible que sea un caso puntual, pero todo chirría aún más cuando hay asignaturas en las que sus destrozados libros no incluyen el temario que tienen que estudiar, o en las que a las alturas del curso que estamos van por el tercer tema. Y la cara de tonto que se te queda cuando después de ayudar a estudiar toda la Edad Media el profesor de Historia les dice que el periodo de Al-Andalus no lo van a ver. Sé que todos estamos pasando unos años muy duros, que los recursos públicos son muy limitados, que los recortes han afectado a todos, especialmente al profesorado, pero no creo que así consigamos ni una generación preparada ni salir de esta crisis económica, social y de valores que padecemos. Aunque quizás solo sea un caso puntual.

<b>Antonio González Pérez</b>

Córdoba