La glosa o comentario de libro tan importante como el de Alain Minc quedarían amputados en las presentes circunstancias españolas de una porción sustantiva si no hubiera en ellos alguna alusión a Cataluña. Pues, ciertamente, no existe hodierno en nuestro país -»la tierra de las mil ciudades» para sus primeros analistas de la Antigüedad-- ninguna otra comunidad o autonomía de mayor conciencia identitaria que el noble y ancestral Principado catalán. Ni siquiera el viejo y venerable Señorío de Vizcaya y dinámico y vigoroso País Vasco o Euskadi posee un sentido de formación histórica superior al suyo. Las pruebas son tan numerosas y cuotidianas que hacen ociosa cualquier ejemplificación a cargo de las gentes y sucesos del día…

Gran conocedor de su presente y notablemente familiarizado con su pasado, Minc consagra enjundiosas páginas de El alma de las naciones a la genética bajomedieval de la personalidad de Cataluña, cuando constituyó, con todos los matices que se quiera y algunos más, el eje gravitatorio de la legendaria Corona de Aragón. Las deturpaciones a cargo incluso de estudiosos muy respetables por el volumen y calidad de su obra, como, por ejemplo, el insigne medievalista Ferran Soldevila y las reivindicaciones tronitronantes de un sector destacado de la historiografía aragonesa, en nada empecen para otorgar al Principado un lugar siempre descollante y a menudo axial en la trayectoria del segundo -o primero…-- gran protagonista de la Reconquista, el proceso vertebrador de la construcción histórica de las Españas. (Una de las más monumentales empresas registradas en el discurrir de la Humanidad, por cuanto «a más, a más» el descubrimiento y colonización de América anidaron o se gestaron en sus entrañas, según gustara de repetir, con ocasión o sin ella, D. Claudio Sánchez Albornoz).

Y así el autor y «enarca» francés siluetea con precisión el papel clave representado por Cataluña en el despliegue y forja de la espectacular expansión aragonesa por el Mare Nostrum en el penúltimo de los grandes protagonismos del Mediterráneo en la historia. Por mucho que se alzaprime dicho papel nunca se exagerará, habida cuenta del torrente incesable de energía creadora, fuerza anímica y conciencia de singularidad que volcara sobre el por entonces principal tablero mundial, escenario de todos los poderes económicos, bélicos, artísticos…, en una Europa que presentía ya el Renacimiento.

Su canto a la Cataluña bajomedieval y sus muchos conocimientos en punto a su recorrido por los siempre azarosos caminos de la actualidad autorizan con legitimidad irrestricta al autor de El alma de las naciones a opinar acerca del drama nacional en el que el Principado se configura como actor principal. En su sugerente y bello libro Minc no se pronuncia sobre ello. Pero lo ha hecho en tribunas periodísticas y foros académicos del más elevado prestigio y relieve. «La independencia de Cataluña sería un fatal error». Más alto y claro no cabe decirlo. Cometerían un completo desacierto sus dirigentes si a los muchos ya anotados en su reciente hoja de ruta -en compañía, desde luego, de no pocos madrileños--, echaran por la borda el consejo de tan experimentada e influyente personalidad europea.H

* Catedrático