Entre los muchos logros del TBO se halla el de la lexicalización de su nombre para convertirse en un genérico. Un tebeo es, según la definición del diccionario, «una publicación infantil o juvenil cuyo asunto se desarrolla en series de dibujos». El TBO, pues, del que ahora celebramos el centenario, representa la propia esencia de lo que conocemos como historietas o bandas dibujadas, un emblema que ha sido, en estos cien años, espejo de la vida cotidiana y, al mismo tiempo, un punto de referencia para la creación de un imaginario colectivo. Para hablar de una idea imposible, usamos la expresión «parece un invento del TBO» y para definir un ambiente multitudinario y caótico tenemos en mente a la familia Ulises. Nacido en 1917, ha transitado por diversas épocas. Siguió publicándose durante la guerra civil en la zona republicana y vivió un período de edición irregular en la posguerra. Después, se erigió en el semanario de cómics más conocido y leído del país, con la contribución de dibujantes como Benejam, Coll, Muntañola o Sabatés, que crearon personajes inolvidables como Ulises, estandarte de la clase media, Eustaquio Morcillón o Josechu El Vasco. El humor blanco del TBO, entre costumbrista y estrambótico, marcó a muchas generaciones y encumbró a una escuela de dibujantes geniales. Cien años después de su nacimiento, su huella continúa vigente.