A los amantes de los animales se les está yendo la pinza. Lo digo con el casco puesto, a sabiendas de que me estoy metiendo con un colectivo que, en términos generales, reparte bronca a diestro y siniestro aunque no es muy dado a la autocrítica, si se me permite el atrevimiento. A lo que iba. No hay más que ver la última polémica surgida en torno a una campaña ideada por el Instituto Andaluz de la Mujer en la que se compara a los piropeadores o acosadores callejeros con animales como el cerdo, el pulpo o el buitre. Lejos de debatir sobre el abuso que supone lanzar improperios a mujeres en esa extraña forma de reafirmación de la hombría, algunos animalistas se han sentido ofendidos en nombre de los animales. No se les ocurra insultar a la madre de un animalista diciéndole que está gorda como una foca porque, visto lo visto, saldría en defensa de la foca y no de su madre. La cosa es surrealista. A este paso, me veo pidiendo perdón cada vez que pise una hormiga.

Basta con salir a la calle para comprobar que la gente está perdiendo los papeles. Y si no, que alguien me explique esa moda creciente de quienes parecen empeñados en convertir a sus mascotas en una nueva especie de humanimales, y, en ese intento desesperado, no dudan en dotar a sus perritos de un fondo de armario que ni Paris Hilton. Se les ve con collares con pedruscos o abrigos de marca supercosteados a modo de segunda piel (una inmoralidad en los tiempos que corren, en mi humilde opinión). Algunos hasta les hablan como a niños pequeños (aunque el perro tenga más edad que un loro, con perdón ¿por el loro?) sin darse cuenta de que al único a quien faltan al respeto es al propio animal, al que no solo despojan de su protección natural sino de su dignidad de perro. Porque, a ver, un perro es un perro y a lo mejor no sueña con ser humano, a lo mejor ni sueña. Y luego está lo otro, lo de la mala educación. Como dice mi amigo Javi. Esos mismos que exigen respeto para sus mascotas ven conveniente faltártelo a ti imponiendo sus normas allá donde van. Pongo por caso. Si ellos tienen por costumbre dejar que su animal de compañía (ya sea un perro, un gato, un mono o un monísimo cerdo vietnamita ¿se puede decir que un cerdo es mono o es insulto?) tenga a bien poner su culito cada noche en la almohada donde ellos ponen su carita para dormir, ¿por qué no hacerlo en tu casa, en tu sillón? Y ni se te ocurra decir ni mu (con perdón también a la vaca) que se te cae el pelo. Tampoco vale criticar si a ti, humano, te da asco que otro humano más evolucionado que tú, claro, se besuquee con su perro. No me extraña que muchos olviden retirar las caquitas de perro, si son una monada (ups). Aunque, si se me permite, y a riesgo de ofender a algún humanimal, los que hacen eso son unos marranos.