Incertidumbre: dícese de la falta de seguridad, de confianza o de certeza sobre algo, especialmente cuando crea inquietud.

Cuando una persona desaparece pensamos que el mayor temor de sus familiares es que aparezca muerto, pero eso es solo durante los primeros días, luego el temor más atroz es el de que ni siquiera aparezca su cadáver. La incertidumbre no permite hacer el duelo, que es el primer paso para aceptar el hecho traumático, la cruel realidad, para luego pasar a la superación.

El ser humano es ese animal soberbio y engreído que cree tener la respuesta y solución a todas las preguntas y problemas, y que, si no es así, se las inventa o imagina dándolas por ciertas e incuestionables en forma de ideologías y dogmas, creyéndose por encima de lo divino y humano. Presume de ser inteligente, cuando la única forma de llegar a la verdad es teniendo la humildad de reconocer aquello de: «Solo sé que no sé nada». Si creemos de antemano que lo sabemos todo no aprenderemos nada, ni estaremos abiertos a nuevos conocimientos y aprendizajes tan necesarios para superar momentos cruciales de nuestra existencia. Este ser humano se encuentra en estos momentos en una gran incertidumbre.

Lanzamos a nuestros políticos y a los expertos, montones de preguntas recibiendo de vuelta respuestas vagas, medias verdades -lo que no dejan de ser mentiras- y montones de justificaciones para no reconocer tanto los errores como el hecho de no tener ni puñetera idea del qué, cómo, cuándo, cuánto, dónde, por o para qué se toma una medida específica.

¿Hasta cuándo tendremos que estar confinados? ¿Cuántos van a morir? ¿Podremos volver a nuestros trabajos o empresas? ¿Volverán los niños a la escuela? ¿Podremos volver a disfrutar de una feria, de una Semana Santa, de viajar? ¿Cuándo podremos volver a abrazar, a besar, a juntarnos con nuestros familiares y amigos, o mostrar nuestra sonrisa sin mascarilla? ¿Habrá vacuna? ¿Nos inmunizaremos o volveremos a contagiarnos dentro de unos meses? ¿Vendrán más virus similares después? ¿Estamos preparados para las siguientes pandemias? ¿Tendremos al menos para comer y subsistir? ¿Volveremos a lo que teníamos antes?... Y montones de preguntas más.

La sociedad exige todas esas respuestas. Necesita un horizonte, saber a qué atenerse, qué debe aceptar y sacrificar, dónde poner su esfuerzo y energía, prepararse en el presente y hacia el futuro.

Aquellos que nos gobiernan, esas personas que cobran sus buenos sueldos a los que no están dispuestos a renunciar, que su obligación es la de tomar decisiones importantes para mantenernos al menos a flote, deberían empezar por mostrar la suficiente humildad para: primero reconocer sus errores, segundo para decir que no tienen ni idea sobre qué hacer y tercero, estar dispuestos a escuchar propuestas viables y aceptar ayudas vengan de quién vengan, aunque sea de su opuesto político o ideológico, y si es necesario, echarse a un lado para no estorbar y dejar hacer a quienes están peleando de verdad y no les va ningún interés político ni económico, sino que su interés es el de colaborar y poner todo su conocimiento y capacidad en resolver esta crisis.

Déjenme decirles que la única certeza es que no hay respuesta para ninguna de esas preguntas de momento. Si alguien trata de convencerle de lo contrario estará engañándole y lo hace movido por intereses muy distintos a los de colaborar con la sociedad.

Quizás esa sea la única certeza que necesitamos aceptar para aliviar la inquietud que nos produce toda esta incertidumbre, una certeza a la que tenemos derecho que se nos transmita sin tapujos y que cada cual la digiera y asimile lo mejor que sepa o pueda. Pero lo que es aún más cruel que la mayor de las incertidumbres es crear falsas expectativas, mentir bellacamente, no asumir responsabilidades y exponer a la sociedad a un riesgo y peligro aún mayor sin darle la posibilidad de que sea ella misma la que se salve por haber confiado en que lo iban a hacer aquellos a quienes lo único que les preocupa es salvar su propio culo.

* Escritora y consultora de inteligencia emocional. Autora de 'Jodidas pero contentas'