La tecnología digital ha irrumpido con estrépito en la vida cotidiana. El uso de pantallas se ha convertido en algo habitual desde una edad temprana con innegables ventajas e inconvenientes igual de evidentes. El debate va en aumento y no existe unanimidad, por ejemplo, sobre la edad en la que un niño puede tener un smartphone, un aparato con capacidades y utilidades que van mucho más allá de un simple teléfono. Especialistas médicos en patologías y alteraciones del sueño advierten sobre los efectos de la adicción a las pantallas. Afectan por igual a esos adultos que permanecen ante la tele pasada la medianoche y a los niños y adolescentes que se van con el móvil a la cama, pendientes de aplicaciones de uso tan generalizado como Twitter, Facebook o WhatsApp. Esos malos hábitos tienen --al margen de afectar a la comunicación familiar-- consecuencias para la salud, según los médicos, que pueden manifestarse en afecciones graves como la diabetes o la obesidad. El problema revela, primero, una mala cultura del sueño en nuestro país. Dormir no es perder el tiempo y un número de horas necesario es un hábito saludable. La solución pasa también por una reforma horaria que nos equipare al estilo de vida de otros países occidentales. Y en el caso de los jóvenes es preciso fomentar un uso responsable del móvil, tarea que corresponde primero a los padres, dando ejemplo por supuesto, y luego a los educadores.