El próximo viernes se cumplirán 80 años del fallecimiento de Antonio Machado en Collioure, la población francesa a la que llegó tras salir de España en el momento en que se acercaba el final de la guerra. Muchos homenajes ha recibido el poeta desde entonces, pero quisiera recordar hoy los primeros, llegados de la mano, cómo no, de otros exiliados españoles. Cuando se cumplió el primer aniversario fue homenajeado en París por iniciativa de la Junta de Cultura Española (JCE), creada por iniciativa de Bergamín para auxiliar a los exiliados del mundo de la cultura. El acto se celebró en el domicilio particular del hispanista Marcel Bataillon, que había dispuesto sobre la chimenea un retrato del poeta adornado, a modo de bandera republicana, con claveles rojos, mimosas y violetas. Además del anfitrión, intervinieron, junto a otros, Corpus Barga (que acompañó a Machado y a su madre al cruzar la frontera) y Max Aub, y entre los asistentes se hallaban Semprún Gurrea, Juan Chabás, André Malraux y Jean Cassou, también se recibieron adhesiones como la del presidente Negrín. Dos días después, el 24 de febrero, aquellos miembros de la JCE que ya se encontraban en México organizaron asimismo otro homenaje. La revista del exilio España peregrina (creada por la JCE y cuyo primer número apareció en febrero de 1940) dio cuenta de ambos actos, y publicó un poema inédito, dedicado a sus recuerdos de Soria: «Adiós, campos de Soria/ donde las rocas sueñan,/ cerros del alto llano,/ y montes de ceniza y violeta./ Adiós, ya con vosotros/ quedó la flor más dulce de la tierra./ Ya no puedo cantaros,/ no os canta ya mi corazón, os reza...». En el acto de México intervinieron, además de Bergamín, los poetas Xavier Villaurrutia (que leyó poemas de Machado) y Carlos Pellicer, Alfonso Reyes, Joaquín Xirau y José Puche. No puedo asegurarlo, pero no creo que hubiese ningún homenaje anterior a estos dos.

Unos años después, también en México, se celebraría otro homenaje, en concreto el 19 de febrero de 1947, ahora lo impulsaba otra revista del exilio, Las Españas (su primer número es de octubre de 1946), que reprodujo luego en sus páginas el contenido de las intervenciones. El acto tuvo lugar en la sede de la editorial Séneca, fundada en 1939 por iniciativa de la JCE, y a cuyo frente se hallaban en aquellos momentos el doctor José Puche y el canónigo José Manuel Gallegos Rocafull, quien sería el encargado de pronunciar las palabras de bienvenida, en las cuales se refería así al poeta: «Antonio Machado es verdaderamente representativo, en contraste con esa multitud de personajillos farandulescos, de toda una tramoya que solo es índice de la nada, del anacronismo, del estancamiento. Espíritu noblemente popular de España, el de don Antonio Machado, capaz de fundirse con las raíces de la Patria, de elevarnos sobre las miserias y ofuscamientos». Participaron Sánchez Vázquez, Gil Albert, Altolaguirre, Concha Méndez, Domenchina, Moreno Villa y Paulino Masip, que recitó algunos poemas. No es posible ofrecer aquí la extensa nómina de asistentes recogidos en la información, pero sí debemos citar a Nicolau d’Olwer (embajador de la República española en México), Margarita Nelken, Ernestina de Champourcin, Juan Rejano o Rodolfo Halfter.

Siempre serán merecidos los homenajes a Machado, como cuantos se piensan dedicar este año al exilio republicano. Son necesarios en esta coyuntura porque nos permiten recordar que nadie como nuestros exiliados ha sabido hablar y escribir de España, ahora que a muchos se les llena la boca (pero no el cerebro) con esa palabra. Por ello, si se cumple la noticia de hace unos días, acerca de que por primera vez un presidente del Gobierno español en ejercicio visite las tumbas de Machado y de Azaña, eso será algo más, mucho más, que un gesto simbólico.

* Historiador