En este comienzo de mes, cuando se hace tan presente el recuerdo de quienes partieron ya hacia la otra vida, no quiero dejar caer en el olvido a aquellos que aún peregrinan al encuentro del Padre. Uno de ellos, persona a quien admiro y al que considero amigo, cumple mañana, día 5, su ochenta aniversario, efeméride que me sirve de excusa propicia para dedicarle aquí un recuerdo y, a la par, felicitarle. Me refiero a quien desde 1975 es párroco de san Acisclo, Francisco Aguilera Jiménez (Villanueva de Tapia, Málaga, 1939), personaje tal vez poco cómodo para la jerarquía por sus planteamientos en defensa de los más vulnerables; sobre todo desde que, ya en 1964, subiera al barrio del Naranjo para llevar a cabo la labor que le fuera encomendada. Por aquellos años, aún siendo joven, tenía ya una conciencia social formada, la cual era objeto a veces de algún que otro cuestionamiento. Sin embargo, supo labrar con los años una fecunda y larga trayectoria en su pastoral obrera que acabó siendo reconocida por todos (‘Cordobés del Año’ en 1990; ‘Hijo Adoptivo y Medalla de Oro’ de la ciudad en 2011). Su labor sacerdotal y social desde aquella remota fecha ha sido inmensa.

Pienso que Francisco es de los pocos presbíteros de la diócesis que aún creen de verdad en el modelo de vida que ejemplificó Jesús de Nazaret. Atento siempre a servir a los más desfavorecidos, ha mantenido durante décadas una presencia más que notable en el movimiento social de la ciudad: no solo en su lucha por las libertades individuales y colectivas del barrio de Valdeolleros, sino también en la de otros barrios. Desde siempre ha permanecido fiel al mundo del trabajo; de un modo especial, a través de la JOC, movimiento educativo y especializado de acción que él conoce como nadie y del que, desde 1976, ha sido su consiliario diocesano. La JOC ha sido y es su vida, así como el norte de su compromiso cristiano, precisamente en unos años en los que jamás se cansó de reivindicar la justicia social en una ciudad tan especial como es Córdoba. Durante años, en compañía de Antonio Pareja y con Antonio Amaro durante algún tiempo, formaron un equipo que dio voz a quienes no la tenían, clamando a su lado a favor de la justicia social. La llegada de estos presbíteros en septiembre de 1975 a Valdeolleros, como sustitutos del ejemplar presbítero secularizado Joaquín Santiago Rojas, llevó al barrio otro modo de entender la Buena Noticia de Jesús, manteniendo algunos de los grupos de profundización en la fe que ya existían en la parroquia; otras veces, crearon grupos nuevos, los cuales promovieron aún más la participación ciudadana dirigida a la transformación social desde aquellas asociaciones vecinales que la legislación permitió durante el tardofranquismo y el tránsito hacia la democracia.

Él mismo, como sacerdote, sirvió de cauce para que muchas de aquellas reivindicaciones promovidas por los vecinos en temas relacionados con la enseñanza, la asociación vecinal, la construcción, el comercio, el metal o la organización de plataformas ciudadanas, llegaran a su destino. Porque Paco Aguilera siempre pensó que las llagas de Jesús bien podían hacerse visibles en el cuerpo de los hermanos que padecen hambre y sed de cualquier tipo, y en los que por unas u otras causas viven desnudos y humillados. Sorprendió igualmente, junto a sus compañeros de ministerio, con un nuevo discurso mucho más crítico ante la realidad social que vivía por entonces la clase trabajadora. Con Antonio Pareja, puso siempre la parroquia al servicio del barrio, ya fuera para reivindicar un instituto, luchar contra la contaminación de Asland, por el Plan Renfe, el Parque de la Asomadilla, etc... Por eso, en 1991 la propia Asociación de Vecinos distinguió a la parroquia con su Medalla de Oro, en reconocimiento a la labor que sus regidores habían desarrollado en favor del barrio y de sus residentes.

Hoy su labor continúa bajo la coordinación de Francisco Baena, manteniendo una gran fidelidad a Jesucristo y a los pobres -al ciudadano, en definitiva- para que éste último pueda ser oído en la Iglesia diocesana y valorado como camino válido de anuncio de la fe y de edificación del pueblo de Dios. Ambos presbíteros han optado por una postura misionera, aquella que sale del templo para llevar la Buena Noticia al corazón de la vida misma. Y es que la Iglesia ha de ser un instrumento para los hombres y no para sí misma, su doctrina o sus instituciones. Se hace imprescindible vivir un estilo distinto de ser Iglesia: con los pobres y con sus luchas. Todo eso lo ha entendido a la perfección Francisco Aguilera, quien aún camina entre oscuridades y presiones que proceden tanto desde dentro como desde fuera de la Iglesia. Pero ahí sigue, en la brecha, haciendo presente el Reino a través de la amistad, la cercanía, el trabajo y la promoción de valores como la libertad, la justicia y la felicidad.

* Catedrático