La Unión Europea respiró ayer al conocer los resultados de las elecciones en holanda. El resultado de la derecha antieuropea, xenófoba e islamófoba de Geert Wilders, pese a su ligera subida, supone un alivio y una buena noticia ante los temores de que, tras el brexit y la victoria de Donald Trump en EEUU, Holanda se convirtiera en el primer paso del gran regreso ultra en Europa. El Partido por la Libertad (PVV) de Wilders ha quedado lejos del gran avance que pronosticaron las encuestas en algunos momentos de una campaña electoral que ha monopolizado. La victoria de primer ministro, el liberalconservador Mark Rutte (que abre negociaciones para formar gobierno), es percibida en el resto del continente, y con buenas razones, como una tregua. Si en algunos países lo que parece un aumento imparable de la extrema derecha se explica por la existencia de una violencia terrorista acompañada, o no, de una crisis económica y política, en Holanda estos parámetros no se dan, por lo que las razones son más complejas. A diferencia de Francia o Alemania, el terrorismo yihadista no se ha cebado en Holanda, y su situación económica es envidiable. Pero Holanda corría el riesgo de ser el primer eslabón de una cadena electoral europea que tiene su próxima parada en Francia. Ayer, Holanda no se echó en brazos del racista Wilders, y con ello demostró que el populismo de extrema derecha no es un movimiento imparable e inevitable.