Otros temas y periodos de la contemporaneidad hispana además de los ya glosados en los precedentes artículos encuentran en el profesor toledano Carlos Seco Serrano un culto asiduo y sagaz: el carlismo -bello retablo: Tríptico carlista (Barcelona, 1973)--; la década de las Regencias --Barcelona en 1840: Los sucesos de julio (aportaciones documentales para su estudio) Barcelona 11971)--; el canovismo --La Restauración y sus aperturas, Madrid, 1977)--; la Segunda República --Los testimonios de primer plano en la crisis española de 1931 a 1939. Acotaciones bibliográficas (Santander, 1967)--; la Transición --Al correr de los días. Crónicas de la Transición (1975-1993) Madrid (1994)--; Dato --Perfil humano y político de un estadista de la Restauración: Eduardo Dato a través de su archivo (Madrid, 1978)--; el anterior monarca español --Juan Carlos I, el rey que reencontró América (Madrid, 1988)--.

Pero dejada ya constancia de su fluyente veta creadora, será probablemente ocasionado ahora referirse, siquiera sea de modo epidérmico, al servicio de cuál concepción intelectual y bibliográfica se coloca tan extensa y meritoria producción. Muy ahincada en el suelo español por razones de generación, tiempo y lugar, su bibliografía se encuentra oreada por los aires del humanismo cristiano, con neta primacía de lo público y social sobre otras facetas del acontecer histórico, considerado este como producto de renovados cambios en la textura de las colectividades, para cuya comprensión juegan igualmente un papel indispensable las continuidades; permanencia y dinamismo, estructura y coyuntura dan como fruto la configuración de las sociedades, cuya existencia no es para él azarosa y ciega, sino, por el contrario, comprensible y finalista.

Al propio tiempo, el insobornable afán de imparcialidad y el cumplimiento estricto de una epistemología de valor permanente --análisis concienzudo, historiografía meticulosa de las cuestiones abordadas, supeditación imaginativa a las fuentes-- presidirán sus estudios en los que los temas metodológicos no revisten un carácter esterilizador a fuerza de obsesivo, aunque no por ello queden desatendidas. «No hay historia, sino historiadores». Antes de que el patriarca Lucien Febvre escribiera la famosa sentencia, Carlos Seco la aplicaba cotidianamente en su taller insomne. Distanciados en creencias y convicciones políticas y doctrinales, un idéntico ideario humanista de la tarea historiográfica hacía confluir en la misma corriente al cofundador de la célebre Escuela de los Annales y a uno de los grandes historadores españoles del siglo XX. H

* Catedrático