La simpática y muy desenfadada referencia del líder de Ciudadanos, Alberto Rivera, al imán ejercido sobre su renovado partido por el talante y espíritu de las Cortes de Cádiz descubría, empero, una menos que mediana erudición o saber sobre los orígenes de la contemporaneidad española. Nada extraño, sin embargo, dada la época en que cursara la segunda enseñanza y la carrera luego seguida en un centro barcelonés de flamante creación y, por tanto, carente de las envidiables tradiciones humanísticas de la Facultad de Derecho de la denominada Universidad «Central» de la capital del Principado, cuna en todo tiempo --(también en los franquistas...)-- de juristas y legisladores de sólida formación historiográfica. Claro es que, al modo encomiable, de muchos hombres públicos europeos relevantes y de la misma generación de nuestro prometedor político, este bien podría haber cubierto parte de sus déficits culturales en materia tan sustancia y formativa como la historia con la lectura intensiva de los principales capítulos del pasado más reciente de su pueblo; y ninguno, por supuesto, más esencial que el escrito en la trimilenaria ciudad sureña en los albores del ochocientos.

Solo con haber empleado en su ya famosa referencia gaditana a los «doceañistas» habría eludido cualquier escollo en la siempre difícil tarea de las comparaciones históricas y situado su afán climatérico en la justa hoja de ruta y adecuado horizonte para la ilusionante fuerza política por él rectorada. Según es bien sabido, el doceañismo significó la alquitara de las esencias más genuinas del pensamiento progresista que alentó en buena parte del primer Parlamento español moderno, ejemplo, en su itinerario, objetivo de otros coetáneos y siempre, con vitola impecable en la literatura europea contemporánea, como formidable hito en la conquista de las libertades modernas y en la cristalización de un verdadero Estado de Derecho. No todo en Cádiz marchó a favor de la coyuntura abierta por la gran Revolución Francesa ni todos los adalides de la primera Carta Magna de nuestro taraceado constitucionalismo descubren los perfiles propios del pensador o del gobernante de raza. Pero el núcleo de su admirable e ingente esfuerzo sí se concentra en el concepto e ideario doceañistas, que ojalá, por el bien de los españoles del siglo XXI, aliente con vigor e ímpetu creador en el movimiento liderado por A. Rivera, gran orador en la línea áurea también iniciada en Cádiz de la eubolia como don y asimismo cualidad descollante para el arte de gobernar.

* Catedrático