No me jodas, otro moro!». Con la rúbrica de estas palabras de la persona que alquilaba, firmó Amín su contrato de alquiler en nuestra ciudad. ¿Qué responder ante ello? ¿Qué grietas se abren de pronto en el ánimo y el espíritu de un muchacho de diecinueve años que llega a España como refugiado sexual? Porque Amín huyó de su país, Marruecos, tras ser apresado y enjuiciado por mantener relaciones sexuales con un adulto europeo (que volvió indemne a su país). Para eludir su condena pidió refugio en nuestro país que le fue concedido. En el suyo fue marcado social y familiarmente y ahora sólo mantiene contacto con su madre, habiendo sido repudiado por el resto de la familia.

A pesar de aquella ignominiosa frase del comienzo del artículo y por suerte, aquí en España no fue desatendido. Encontró algunas personas y alguna organización que le ayudaron, le acompañaron y hasta le han dado trabajo. Pero su vulnerabilidad y desarraigo es tan profundo como pretender que olvide su pasado. Al extranjero/inmigrante no se le puede obligar al olvido de sus raíces, de su historia, porque es como obligarle a perder su identidad, porque sería como obligarle a renunciar a su persona. Por eso el extranjero/inmigrante se hace a sí mismo como escribe el gran escritor judío Edmond Jabès: «El extranjero está constantemente en el comienzo de su historia» y por ello hay «que derribar los muros, no los que nos protegen sino los que nos dividen» continúa Edmond Jabès.

La inmigración causa problemas. ¡Claro que sí! ¿Quién lo duda? Y esos problemas son cuestionarnos la libertad, la justicia, la igualdad, la fraternidad, la solidaridad y las responsabilidades mutuas. Porque entre otras cosas, todos somos el extranjero de otro.

En ningún lugar del mundo hay --ni seguramente puede haber-- política de puertas abiertas, pero no por ello se puede prescindir del componente humanitario y en este sentido Europa tiene un compromiso histórico que no puede soslayar. Pero también hay que señalar que precisamente es a Europa donde acuden estos inmigrantes cualquiera que sea su motivo principal. Lo cual es y sigue siendo a pesar de los Trump, Salvini, Abascal u Orban, una oportunidad para Europa de realizar una política inmigratoria que no se puede apoyar sólo en nuestro interés. A este respecto resulta éticamente sospechoso y de un utilitarismo mendaz, el querer solucionar nuestros problemas de baja natalidad con los inmigrantes.

Ahora Amín trabaja en una de las islas turísticas españolas a tiempo parcial en un lugar en que los abusivos alquileres de verano echan a los habitantes de invierno. Desde aquí no solo le deseamos que le vaya bien sino que encuentre su lugar en el mundo. Escribió el poeta palestino Mahmud Darwish que amamos la vida cuando hallamos un camino hacia ella (una magnífica exposición de fotografía actualmente en el Ateneo de Málaga titulada En busca de refugio no deja el alma indemne). Ese camino está plagado -para todos- de trabas, inconvenientes, sufrimientos, ausencias y frustraciones, pero para el inmigrante las espinas se multiplican con el desarraigo, el rechazo, la inseguridad y la falta de oportunidades.

* Médico y poeta