Así titula, con el añadido del número 5, el último de sus más de 80 libros este coleccionista de hechos, grandes verdades y mentiras tremendas que es el historiador José Manuel Cuenca Toribio. Cada vez más imbuido de ese «saber de atardecer» con que el catedrático emérito se arma para desplegar todo el capital intelectual atesorado en sus casi ocho décadas de vida, «el anciano profesor», como a él le gusta presentarse con regodeo crepuscular, no cesa de dar a la imprenta frutos de su pertinaz investigación, impelido como reconoce estar por una «inembridable grafomanía» que no sé si sus coetáneos aprecian, pero que sin duda la posteridad habrá de agradecerle. Este quinto volumen forma parte de una serie que, publicada por Editorial Actas, recopila una selección de las colaboraciones en prensa nacional y regional -con notable presencia en el Diario CÓRDOBA- con las que el catedrático de Historia Moderna y Contemporánea jubilado de las aulas, pero nunca del estudio, demuestra la buena armonía que existe entre historia y periodismo.

Al periodismo, en su versión más trascendente, se aproxima con tesón este sevillano enamorado de Córdoba que antes de incorporarse a su universidad en 1975 había formado a varias generaciones de comunicadores en las de Navarra, Barcelona y Valencia. Tanta cercanía a los medios, unida a su devoción por la verdad, le han hecho sentirse a ratos «un periodista frustrado» y, de hecho, entre otros muchos premios está en posesión del Nacional de Periodismo. Y es que, sin escatimar su rigor habitual en trabajos de mayor alcance -los penúltimos, dos libros sobre la izquierda y la derecha españolas que a nadie dejaron indiferentes-, el viejo profesor, ciudadano comprometido con su tiempo y animador de foros intelectuales, ve en el articulismo un medio de divulgar el mapa sociológico de lo que dio de sí el siglo XX y lo que apunta el XXI. Porque, para este hijo de maestro educado en el esfuerzo que aprendió a leer en los periódicos de la España de posguerrra, sus análisis en la prensa son una forma de inventariar lo que hoy es vida cotidiana y mañana será historia, dejando al descubierto las memorias y desmemorias de sus contemporáneos, «porque ha habido y hay -apuntaba ya en el 2002, al publicarse la primera entrega de su Historia y actualidad- muchísima manipulación».

Las grandes batallas intelectuales producen muchas víctimas, suele decir este humanista que siempre ha tenido por guía la independencia, lo que, según ha reconocido en alguna ocasión, le ha costado «estar proscrito y ser un enemigo a batir». Sin embargo, avalado por el peso de la edad y la experiencia, el decano de los catedráticos de Historia Moderna y Contemporánea se siente cada vez más libre para enjuiciar desde las claves del pasado lo que sucede a su alrededor. Lo cuenta siempre en tercera persona, porque la historia, suele explicar, es un mal género literario para el uso de la primera, aunque se exprese a través del columnismo. Y por supuesto no renuncia a su peculiar estilo barroco, de verbo tan retorcido como un bosque de columnas salomónicas, que es la carta de presentación de este impenitente amante del diccionario, por más que se autorretrate como un «antidemagogo que cada vez cree más en las obras que en las palabras». A pesar de ello seguirá fiel a sí mismo: renegando de la tecnología, ya sea el coche que nunca condujo o el ordenador -por suerte tiene a Soledad, su mujer, para suplir esas lagunas-, tratando de usted a los amigos y escribiendo hasta el final. Ahora prepara La España de un historiador, testamento en el que de nuevo acudirá a las lecciones del pasado para arrojar luz sobre el presente.