Los próximos días 13 y 14 de diciembre, en el teatro Góngora, Trápala pondrá en escena un desconocido auto sacramental escrito por Ricardo Molina en 1943 cuyo original se custodia en los archivos catedralicios, quizás porque su única representación hasta ahora, en agosto de 1946, tuvo lugar «con gran éxito de público» según las crónicas de la época, en el Patio de los Naranjos. Para desempolvar la curiosa pieza religiosa, que el cofundador de Cántico tituló El Hijo Pródigo y dedicó al obispo Fray Albino, el grupo que la interpreta, dirigido por Juan Carlos Villanueva, se ha basado en una copia que guardaba José María de la Torre. Este estudioso de la obra de Molina estaba empeñado, como Pablo García Baena, que venía pidiéndolo hacía tiempo, en dar una segunda oportunidad a una obra casi inédita del poeta de Puente Genil, escrita años antes de que se publicara, en 1947, el primer número de la revista Cántico. Será una estupenda manera de cerrar el amplio programa que ha conmemorado durante varios meses en Córdoba el centenario del nacimiento de un humanista que habría dado aún mucho más de sí de no haber muerto un ya lejano enero de 1968 con solo 50 años.

Esta misma tarde, en Vimcorsa, tendrá lugar otro de los actos más destacados de tan redondo aniversario, la presentación de una antología poética publicada por Hiperión, importante editorial que garantiza, al menos en teoría, la proyección de los versos del vate pontanés mucho más allá de las fronteras locales. Esta presentación de la selección de poemas llevada a cabo por Pedro Roso será una de las últimas actividades organizadas por el Ayuntamiento en torno al aniversario. Lo abrió la exposición fotográfica sobre los Paisajes Confidentes que acunaron las excursiones por Trassierra de aquel grupo de amigos enamorados de la belleza cuando todo era fealdad. Y a la muestra siguió un seminario que trató de acercar la poesía de Molina a los jóvenes lectores y un ciclo de mesas redondas, rematadas con veladas musicales, sobre la única faceta intelectual en que algunos ponen pegas al homenajeado, la de flamencólogo --al parecer su criterio no acababa de convencer a todos los iniciados en el arte jondo--. Por su parte, la Junta de Andalucía, además de publicar otra obra antológica, Aún es Córdoba bella..., coordinada por Carlos Clementson --que de Ricardo Molina sabe más de lo que él mismo hubiera sabido si viviera--, muestra en la delegación de Cultura documentos, fotos y cartas que dormían en cajones, o mejor dicho, su reproducción en paneles informativos. En cualquier caso, un material imprescindible para reconstruir la figura del profesor y ensayista que hizo de la lírica su razón de estar en el mundo, con el que el Centro Andaluz de las Letras estrena sus Nuevos Clásicos Andaluces, marca con la que quiere rescatar la memoria de grandes olvidados.

No es el caso de Molina, ni por supuesto de ese mito viviente que es ya García Baena, aunque menos suerte ha corrido otro miembro del grupo nacido hace un siglo, el pintor Miguel del Moral, del que solo se ha acordado la Academia incluyéndolo en su homenaje al pontanés y la Galería Studio 52 con una exposición. De hecho, nadie --salvo Pablo, pero está hasta la coronilla de celebraciones-- ha reparado en que este año se han cumplido 70 años de la revista Cántico, inicio de todo aquello. Frágil es el hilo de la memoria.