En la localidad irlandesa de Tuam, al lado de un antiguo centro católico de acogida para madres solteras, se ha encontrado una fosa común con los restos de cerca de 800 fetos y bebés que van de las 35 semanas de gestación a los tres años de edad. En el centro, que estuvo en funcionamiento de1925 a 1961, iban a parar las mujeres embarazadas que no estaban casadas, allí daban a luz y después eran separadas de los bebés que eran criados por monjas, a la espera de ser dados en adopción.

La noticia nos recuerda la época en que una de las formas más eficaces de ejercer la violencia contra las mujeres era violentando la maternidad, ya fuera negándola cuando se producía fuera de las circunstancias consideradas adecuadas, imponiéndola en otras o reglamentándola de forma rígida sin tener en cuenta ni las necesidades de las madres ni las de sus hijos. El índice de mortalidad infantil en esa época era aún elevado, pero no sería raro pensar que la esperanza de vida de los que nacían en los márgenes de la sociedad fuera más corta que la de los que lo hacían dentro de la sagrada institución del matrimonio. Sobre todo si los bebés eran separados de las madres. René Spitz describió el síndrome del Hospitalismo: cómo los niños que no reciben las atenciones emocionales y afectivas necesarias, aunque sí las materiales, tienden a enfermar o morir. El estigma sobre los bastardos y su marginación era una expresión más de la citada violencia. Las sociedades patriarcales siempre han practicado el control sobre las mujeres con sistemas de normas claras sobre sus cuerpos, su sexualidad y la maternidad.

Esta violencia se rebela aún más cruda si tenemos en cuenta que, en muchos casos, el vínculo con los hijos era lo único a lo que podían aferrarse las mujeres.

A día de hoy puede resultar difícil imaginar la situación de aquellas madres de entonces que se quedaban embarazadas sin estar casadas. La píldora anticonceptiva, el preservativo, la pastilla del día después, la posibilidad de abortar en condiciones sanitarias adecuadas y dentro de un marco legal seguro, la información sobre las herramientas disponibles para evitar embarazos y la desestigmatización de los hijos nacidos de madres solteras ha supuesto una mejora exponencial en la calidad de vida de las mujeres. De esto hay que hacer memoria parar valorar lo conseguido y no permitir que ni en nombre de ninguna ideología ni el de ninguna religión nos hagan dar ni un paso atrás.

Corremos el riesgo de olvidar que la mayoría de nosotras venimos de este origen, de los tiempos en que nuestra sexualidad era reglada hasta la locura y el deseo femenino negado sistemáticamente. De modo que dejarse llevar por las necesidades sexuales y amorosas, mostrarlas, no reprimirlas, convertía a la mujer en una paria, en alguien que tenía que vivir con vergüenza por ser lo que era, una persona viva con la apetencia sexual que le era propia, una apetencia vista como monstruosa por ser femenina. Si quieren encontrar una voz aterradora que describe la locura que es reprimir el deseo de las mujeres, lean La infanticida de Caterina Albert, un monólogo en el que la protagonista explica cómo llegó a matar a la propia hija que nació sin ella estar casada. Todo esto, claro, en el caso de que el embarazo sea fruto del deseo, que por supuesto no siempre era así y a menudo las rechazadas y condenadas por su entorno podían ser víctimas de violación.

Por desgracia estas realidades aún existen en países no tan lejanos. En mi pueblo, a los hijo nacidos así se les llama hijos de lo prohibido y es un insulto equivalente al de hijo de… que conocen, y las madres que los tienen son aún marginadas.

Las leyes en Marruecos siguen sin permitir las relaciones extramatrimoniales, no reconociendo unas prácticas extendidas pero negadas por la moral oficial. Y si no se reconoce el sexo fuera del matrimonio, menos aún el que este pueda dar, de modo que los hijos de mujeres solteras son considerados la prueba de un acto sexual ilegal. Y de quien se demuestra el supuesto delito es de las madres, no de los padres. El único avance es que desde el 2004 estos niños pueden ser inscritos en el registro civil. Pero estas son solo las trabas legales con las que se encuentran las madres solteras, que además tienen que enfrentarse al rechazo de sus familias y entorno. Por eso no es raro que acaben dando en adopción a sus bebés.

Observar lo que pasa en otras latitudes o en otros tiempos no ha de servir para llegar a la conclusión de que somos unas privilegiadas sino para entender las raíces profundas de estos mecanismos de violencia y detectar los que, en mutación, rigen nuestro presente.

* Escritora.