Hoy, día de libros, rosas y dragones, permitan que haga una recomendación: ¡Sálvese quien pueda!, de Andrés Oppenheimer; un inquietante y lúcido macro reportaje del futuro que enfilamos, marcado por la inexorable robotización. Nuestro ADN educativo se ha configurado estudiando la trascendencia de la Revolución Industrial. Pues bien: toda esa epopeya de la maquinita de vapor y sus largas consecuencias de taylorismo y plusvalías, se perfila como un simple juego de la Oca comparado con el vórtice en el que nos hallamos metidos. Y no deja de ser un privilegio apasionante: mi generación ha pasado de realizar una copia de los apuntes colocando una hoja de calco en la máquina de escribir, a no achantarse con la transformación digital, compartiendo a través de Sharepoint trabajos en la nube. Sin embargo, este proceso de automatización va a dejar la añoranza de los bailes de los Doce Robles en un obsoleto mercado laboral. ¿No creíamos muy lejano ese futuro de replicantes? Pues precisamente, en este año cero de Blade Runner toca palparse las vestiduras, pues no hay profesión ajena a la hegemonía de las máquinas. Algo así como si en el apocalíptico Triunfo de la Muerte de Brueghel, las calaveras fuesen sustituidas por androides. Porque la robótica no solo ha llegado para quedarse en las fábricas de automóviles. Pronto salpicará aún más si cabe a las redacciones de los informativos, a los bufetes y a los hospitales. Y el ludismo que acompañó a la génesis del movimiento obrero será un antecedente de este cambio de paradigma que ha comenzado en el sector del taxi.

En esta pirámide de sustitución de mano de obra, que mucho tiempo atrás ya se produjo en el agro, trabajar va a resultar una anomalía. Volveremos al referente de las sociedades esclavistas, donde el trabajo era una indignidad y los pudientes se cultivaban con la retórica y la poesía; nos dejaremos las uñas largas como Fu Manchú para presumir del dolce far niente; o, cosa más propia de nuestros lares, practicaremos la hidalguía del querer ser, aunque la apariencia se subleve en el rugido de las tripas. Por supuesto que estas son memeces para el cortoplacismo; más aún cuando la campaña electoral ha llegado a su punto álgido. Escribo horas antes de esta dialéctica a doble vuelta, pero presumo que este coadyuvante de un futuro imperfecto será obviado por los aspirantes. No acaban de descoserse las costuras del hidalgo, pues nos sentimos cómodos en la picaresca del presentismo; arrojándonos la cuestión territorial como caladero de votos; o descuadrando el pan de cada queso, abriendo la ventolera del endeudamiento, o cabalgando en el tigre de las pensiones, un pozo sin fondo que todos sabemos nos va a devorar.

Pero afilando la indulgencia de la demagogia no se van a corregir los males estructurales de España. Menos pretendientes a coronar primero Covadonga; menos mojigatos a la hora de pontificar la racionalidad del gasto; más contundencia para afianzar la credibilidad del regeneracionismo. Vamos a pegarnos muchas tortas antes de acercarnos a la diabólica utopía de Huxley y su Mundo Feliz. Con una legión de robots a la vuelta de la esquina, vamos a comernos muchos marrones antes de actualizar la cuca ociosidad del hidalgo. Son estas unas elecciones muy viscerales que más pronto que tarde habrá que enfilar por la eficacia en la gestión. Así que debatan, pero arreglen, que el mundo no está para muchas contemplaciones.

* Abogado