Ser guardia civil la verdad que es la ostia, aunque a veces te dan las hostias más grandes, por todos lados, internamente a través de la famosa cadena de mando, rimbombante frase instalada y con razón en la milicia e instituciones jerárquicas, pero demasiadas veces mal aplicada casi siempre con los mismos. Ser guardia civil requiere grandes dosis de temperamento y paciencia tanta como la del santo Job a quien las referencias bíblicas dicen que Dios lo sometió a duras penalidades. Los guardias civiles y muchas veces sus familias han soportado y soportan demasiadas penalidades que inexcusablemente conviven con la profesión y la vida familiar.

Desde su fundación en 1844 la marca Guardia Civil no solo ha sobrevivido a diferentes vaivenes sociales y políticos sino que perdura y se consolida como una gran institución pública, ahí están los informes del CIS. Pero el mayor valedor no son las encuestas, son las reacciones de los ciudadanos mayoritariamente positivas, si exceptuamos las mentes llamadas nacionalistas que confunden churras con merinas y es que ya sabemos que la ignorancia es muy atrevida. Eso sí, garbanzos negros hay en todas las profesiones y ámbitos y si no que se lo pregunten a algunos de nuestros queridos políticos; basta con conectar por las mañanas la radio, la televisión, leer un periódico o conectarte a internet y darte por jodido. La corrupción y las malas artes corren por las venas de algunos como litros de alcohol parafraseando una letra de canción y es cierto que muchas veces nos preguntamos, por lo menos yo: estos han bebido ¿no?

Ser guardia civil, policía, más tarde o más temprano es o se convierte en una vocación, como los médicos, profesores, maestros... (Perdónenme pero yo paso de la tontería del médico/ca, etc, uso los genéricos que para eso están. Imagínense: policías, policíos). A lo que iba, estas profesiones al servicio de los ciudadanos son lo que son, vocacionales, algo parecido al amor, surge y te lleva, te arrastra, nunca sabes dónde ni como acaba. Jugarse la vida cada vez que sales de servicio ya sea de uniforme o de paisano tiene tela. Esa es la marca de diferencia entre unas profesiones y otras, jugarse la vida que no es poco y además por cuatro duros por lo menos hasta ahora, esperemos que el Gobierno cumpla lo firmado con los representantes legales de policías y guardias civiles para una equiparación salarial plena, aunque existen otros factores que también cuentan: más y mejores medios para la realización del servicio, vehículos, chalecos antibala y armamento adecuados, una prevención de riesgos laborales efectiva, etc. Más de 330 guardias civiles de Tráfico y Seguridad Ciudadana han perdido la vida trabajando y eso tiene que cambiar. No me puedo olvidar de una lacra que sacude a esta institución, los suicidios, un tema tabú hasta hace poco pero del que hay que hablar ya que es el cuerpo policial europeo con la mayor tasa de suicidios, es un asunto de salud laboral y hay que tratarlo como tal.

Ser guardia civil significa que puedes morir en cualquier momento: atropellado por un vehículo, asesinado por un terrorista, por un delincuente organizado o sin organizar, por un descerebrado puesto hasta arriba de lo que sea, y también puedes morir por ayudar a tu prójimo. Este es un acto de valor único cuando te ofreces y te arriesgas a morir. Recientemente un guardia civil, español de Andalucía y malagueño, el cabo 1º Diego Díaz, no dudó en ayudar ofreciendo sus manos y su vida arrojándose a un torrente de agua desbocada, haciendo honor a su profesionalidad y al espíritu que se impregna cuando decides vestir un uniforme y dedicarte a ello, al servicio de los demás. O como el gendarme francés, teniente coronel Arnaud Beltrame que recientemente se ofreció a cambio de otra persona rehén de un loco islamista sabiendo seguramente que no saldría vivo.

Un uniforme da carácter impregna compromiso, valor, arrojo y un punto de locura pero una bendita locura para ofrecer tu vida a cambio del prójimo. Los guardias civiles han convivido políticamente con diferentes regímenes, república, dictadura, democracia pero siempre al servicio de los ciudadanos mal que les pese a algunos. Hombres y mujeres de traje verde y sombrero de charol en forma de tricornio que por eso hacen único este cuerpo policial que todavía tiene mucho que ofrecer y también que cambiar sobre todo en derechos para los que se juegan la vida cada turno de servicio. Al cabo Diego Díaz se lo llevó un torrente desbocado, como a cuatro compañeros en el País Vasco en 1983 durante las mayores inundaciones sufridas allí, pero que han dejado la impronta que caracteriza a los héroes de verde coronados de charol.

* Secretario de Comunicación AUGC-Andalucía (Asociación Unificada de Guardias Civiles)