Creo que la batalla más grande no ha sido la de las Termópilas, Lepanto, Austerlinz o Las Ardenas, sino la lucha del ser humano contra el cáncer, esa inmisericorde enfermedad que todos los días y en todos los tiempos golpea cruelmente la felicidad de los hogares. Decir hoy aquí cuan sufrimiento supone esta inesperada y por tanto traidora patología no es nada nuevo. Fíjense si es una enfermedad antinatural que no solo engaña a nuestras células contra nosotros como si les supusiéramos unos contaminantes invasores extraterrestres, sino que es tan dañina que se acelera en las personas más jóvenes que por ley natural se merecen llegar a la vejez habiendo vivido su pedazo de historia. Sin embargo, no es este escrito un análisis científico pues no estoy capacitado. Pero sí que voy a escribirles sobre los aspectos -- no sé si es la palabra idónea-- «positivos del cáncer». Porque lo que sí está fuera de toda duda es que el sufrimiento del cáncer en el cuerpo, a la vez limpia el alma y la hace más buena gente en una continua postura de conciliación hacia los demás y hacia todos los problemas mundanos. Los pacientes de tumores malignos, mientras se enfrentan con valentía a la terrible e inesperada mutación patógena, en la convivencia practican una preciosa postura ética, imposible en una persona sana con miles de estúpidas ambiciones materiales que la hacen perder un tiempo único e irrepetible para entender con objetividad la fugacidad de la vida. Los seres humanos con cáncer no tienen la mirada de enfermos sino de sabios. Gente maravillosa que además lucha sin cuartel no tanto por ellas mismas sino por alejar a la muerte y así estar mucho más tiempo con las personas que les quieren. Se levantan todos los días y se someten a dolorosos e incisivos tratamientos que los dejan baldíos; pero a pesar del cansancio y las ganas de tirar la toalla para descansar de una vez, al otro día vuelven a ir a la quimio para no fallar a sus seres queridos que tanto los necesitan; y si al final pierden la contienda que sea lo más tarde posible. También hay que quitarse el sombrero con esa familia que un día tras otro permanecen fieles al enfermo para apoyarlo y acompañarlo en esa odisea llena de peligro. El cáncer evidencia la grandeza del ser humano por no asumir que un mal bicho pueda doblegarlo. Y la verdad es que luchamos sin cuartel y con valor porque tendemos a un infinito junto a los que tanto amamos y nos aman. El cáncer pone claro que por mucho individualismo que atente y tiente a la actual sociedad, hoy mañana y siempre, la unión familiar es la meta más importante a la que puede aspirar un ser humano.

* Abogado