El derecho nos obliga a dejar a nuestros hijos (o descendientes) las posesiones terrenales acumuladas en la vida con la única excepción de un tercio del que podemos escoger a quien dejarlo con plena libertad. El Código Civil, tan antiguo como actual, tan romano como perfecto, en donde siempre encuentro la respuesta que necesito, no me gusta en este sentido.

A los hijos debieran obligarnos a dejarles una formación completa dentro de nuestras posibilidades; la caja con aquel primer diente de leche; una educación que respete a los demás seres humanos; el peluche con el que dormía cada noche; solidaridad a raudales; el cuaderno de los primeros dibujos con soles y te quieros; y toneladas de amor y dedicación mientras sean dependientes de nosotros... y también a la inversa, porque no olvidemos que los padres en su ocaso pueden ser, y mucho, dependientes de los hijos.

En los tiempos que corren, en los que las relaciones bidireccionales entre padres e hijos dejan mucho que desear, por no hablar de la complejidad que suponen las actuales relaciones familiares tan poliédricas como variadas --por ms que algunos quieran seguir creyendo en papá, mamá y los hijos todos heterosexuales-- me parece arcaico mantener esa imposición del derecho que obliga a premiar con bienes a quien tal vez no lo merezca.

Las causas de indignidad, que permiten la desheredación, rayan todas en lo delictivo, así que creo que debieran relajarse para que, sin llegar a cometer un delito, solo nos hereden los que de verdad nos amen.

Madres que llevan años sin hablar a sus hijas y que claman hasta en la tele una llamada; padres con hijos con discapacidades a los que no atienden --¿se imaginan que esos hijos fallezcan con bienes y los hereden esos padres?--; hijos que abandonan a su suerte a padres enfermos y mayores, desgastados y exprimidos después de haberlo dado todo por ellos, y que ahora fallecen de coronavirus solos y hacinados en un centro -- ¿ y ahora llega el hijo a reclamar el saldo de la cuenta y hasta la indemnización por el fallecimiento del que culpan, entre sollozos, al Gobierno ?--...

Ni todos los padres son maravillosos, ni todos los hijos merecen ese premio de la vida que enjuga las lágrimas de la pérdida, así que obligarnos a dejar nuestra herencia a quien no te cuida, a quien no te respeta, a quien te abandona, a quien te maltrata, o a quien le importas un bledo, me parece una perversión del derecho.

La muerte nos expropia la vida, así que el justiprecio que queda de tan cruel pero segura suerte debiera ser para quien yo decida, aunque sea el portero.

* Abogada