En el lenguaje atronador y grandilocuente de hodierno, en el que lo singular y excepcional se ha convertido en rutinario, no es fácil encontrar términos que definan con justeza fenómenos o situaciones ciertamente cruciales.

Una en verdad decisiva es la que seguramente se planteará mañana, domingo 18. Conforme a la pauta establecida en la Rusia postsoviética en orden a las elecciones presidenciales, en marzo del presente año tendrá lugar la reelección de Vladimir Vladimorovih Putin, nacido en San Petersburgo en octubre de 1952, como mandatario supremo de su inmenso país. Tal día las principales cancillerías como asímismo las más importantes organizaciones mundiales no disimularán su complacencia, como tampoco la opinión pública de las naciones social y políticamente más desarrolladas. En un marco internacional vuelto a inquietarse frente al retorno de algunos fantasmas de la Guerra Fría, el consolidamiento democrático de uno de los escasos líderes de alta estatura del tiempo que corre llevará ineluctablemente consigo tranquilidad y algún sosiego. Experiencia y competencia son dos sólidos avales para introducir calma en ambientes muy necesitados de ellos, y no solo los económicos... A nadie, por ejemplo, se le oculta que sin el protagonismo descollante de Moscú en la muy grave crisis siria y, en general, en la que está sumergido desde ha varias décadas atrás, y ahora de manera especialmente inquietante, el Próximo Oriente, no se atalaya solución alguna; al igual que ocurre con la coyuntura angustiosa del Extremo Oriente, en la que la política relativamente pacifista de China requiere de modo indispensable del intenso concurso de Rusia ante el presidencial binomio desestabilizador y hoy, pese a todo, imprevisible USA-Corea del Norte.

Un mandatario con enormes poderes constitucionales y efectivos y con el mayor bagaje diplomático y de redes personales e institucionales de todos los gobernantes del escenario mundial, extraído de un muy largo ejercicio de la actividad política, no puede por menos de suscitar un mínimo de seguridad y reposo a escala planetaria. Cuando acabe su estadía en un Kremlin democrático (usemos, en caso de comparación, los parámetros occidentales con toda cautela y sin adarme siquiera de una superioridad que olvidaría los fuertes condicionamientos de la herencia histórica, siempre tan subrayados por Putin) este pasará a los libros de texto como el magistrado de más dilatada estancia en los palacios gobernantes a lo largo de toda la edad contemporánea.

Obviamente, aún faltan muchos días para alcanzar tal récord. Pero en su espera, y en la absoluta certeza de que su nuevo mandato influirá en elevada medida en la biografía de todos sus coetáneos, se convendrá sin renitencia en que el inminente domingo 18 el mundo asistirá a un hecho decisivo para su inmediato futuro. A partir de su materialización, todos los centros de poder comenzarán a tejer con prestreza el cañamazo de un orden global que tenga a Moscú como factor básico y eje fundamental de su despliegue. Como en otros momentos claves de la historia reciente --1939, 1945 o 1963-- Rusia, la Rusia de Putin, volverá a ser, conforme a su geografía, historia y política, actor primordial del escenario de los próximos años.

* Catedrático