Trato de imaginar a una mujer que camina durante semanas para encontrar comida. Trato de imaginar a una mujer, a cientos de ellas, acompañadas de sus hijos pequeños, quemándose las plantas de los pies con el aire caliente del desierto, después de varios días sin comer. La imagino sedienta, al borde de la deshidratación, de caer muerta de sed. Sin embargo, avanza. Sin embargo, avanzan. Durante semanas. Día a día. Hora a hora. Masticando el minuto, de la mano menuda de sus hijas. Trato de ver sus caras, sus ojos abiertos bajo el aire cortante, de lija en las pupilas, que va esculpiendo rostros de pómulos vacíos, con las grietas de arena arañando sus frentes; de dibujar sus pasos, su cansancio en las piernas, acartonadas ya por los calambres, por más que estén acostumbradas a recorrer grandes distancias sólo para llenar de agua el cuenco de las manos. Son mujeres fuertes, que andan varias decenas de kilómetros sólo para llenar de agua un tonel, que se cargan a la espalda, para regresar, luego de caminar otra veintena de kilómetros, y así evitar que los niños agonicen de sed. Sin embargo, tras las últimas sequías y el desabastecimiento por las guerras, la situación se ha vuelto más desesperada de lo habitual, y ni siquiera ese empeño terco por vivir, y mantener con vida a sus familias, a sus niños y niñas, podrá ser suficiente para evitar la hambruna.

Lo ha contado Stephen O’Brien, jefe humanitario del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, que el mundo se encuentra ante la más peligrosa crisis humanitaria desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, con 20 millones de personas en riesgo de morir de hambre. Y escribo, precisamente, «hambre»: no inanición, no desnutrición, justo cuando recuerdo los versos de Miguel Hernández: «Tened presente el hambre: recordad su pasado / turbio de capataces que pagaban en plomo. / Aquel jornal al precio de la sangre cobrado». De eso ha hablado O’Brien en la ONU: «Estamos en un momento crítico de la historia. Ya a principios de año nos estamos enfrentando a la mayor crisis humanitaria desde la creación de Naciones Unidas». Hablamos de cuatro países: Sudán del Sur, Yemen, Somalia y el nordeste de Nigeria, ya con el hambre convertida en un arma estratégica. «Sin un esfuerzo global colectivo y coordinado, la gente simplemente morirá de hambre. Muchos otros morirán a causa de enfermedades. Los niños tendrás retraso (en su desarrollo). Los medios de existencia, el futuro y la esperanza se perderán». Para el experto internacional en derechos humanos, únicamente una «inyección inmediata de fondos» podrá salvarlos. «Para ser precisos necesitamos 4.400 millones de dólares para julio y ese es un coste detallado, no una cifra para negociar». El hambre. El hambre. Tened presente el hambre. Vuelvo al poema de Hernández: «El hambre paseaba sus vacas exprimidas, / sus mujeres resecas, sus devoradas ubres, / sus ávidas quijadas, sus miserables vidas / frente a los comedores y los cuerpos salubres». Eso es lo que tenemos aquí: muchos cuerpos salubres. El cuerpo, el culto a la esbeltez de músculos recortados, a fuerza de gimnasio, dieta y proteínas.

Ahora somos nosotros esos cuerpos salubres, mientras se vive en Yemen la peor crisis humanitaria del mundo y apenas tiene espacio en nuestros titulares endogámicos. La guerra arrasa a la gente y ninguna de las partes, ni el Gobierno ni los hutíes, permiten el acceso a los trabajadores humanitarios. En Sudán del Sur, 7 millones y medio de personas morirán de hambre, si no les llega ayuda. Como en Somalia, con sus guerras de clanes, sin agua potable ni ganado. O en Nigeria, con los islamistas radicales de Boko Haram aniquilando a la población. Hace un mes, en la conferencia de Oslo sobre Chad y Nigeria, la donación se cortó en 672 millones, frente a los 1.500 solicitados.

«Los años de abundancia, la saciedad, la hartura / eran sólo de aquellos que se llamaban amos. / Para que venga el pan justo a la dentadura / del hambre de los pobres aquí estoy, aquí estamos». Qué bueno es Miguel Hernández. Y qué terrible que casi un siglo después no estemos igual, sino peor. «No habéis querido oír con orejas abiertas / el llanto de millones de niños jornaleros». Los niños jornaleros. Los niños sin agua ni alimento, la resignación en sus ojos. Lo peor es saberlo, que nuestros políticos y la ONU lo sepan, y que esta gente no está en la agenda de nadie. Hablamos de 20 millones de personas, pero la globalización no la inventamos para preocuparnos por esto, y pasamos de largo.

* Escritor