En tiempos de la ascensión y gloria de Zapatero a la Moncloa recuerdo haberle oído decir que si él había podido llegar a ser presidente del Gobierno, cualquier español podía serlo. No entendí muy bien qué era lo que quería decirnos con aquella iluminación y la tomé por una más de sus comparaciones supranacionales, pues siempre nos contaron que tales hazañas, el repartidor de periódicos que acaba siendo presidente del país, solamente podían darse en EEUU. Porque ya vimos que a pesar de no levantarse al paso de la bandera de las barras y las estrellas en el desfile de la Castellana, Zapatero perdía el oremus con Obama. Esta ocurrencia de Zapatero, una más de sus lisonjas, me vino en mientes cuando vi a los cuatro aspirantes a la Moncloa, hoy en liza, tirarse los tratos a la cabeza y regalarse otras lindezas en los debates consecutivos que mantuvieron esta semana. Fue como una revelación. En viendo a Sánchez y Casado, Iglesias y Rivera, me dije, tate, si cualquiera de estos caballeros pueden ser presidente del Gobierno de mi país, cualquier ciudadano puede ser presidente de España, como decía Zapatero. Ahora lo entiendo, mas esto no quiere decir que comparta la afirmación de aquel expresidente ya ido, ni que vea en tal aseveración lo máximo de la democracia, como él parecía resaltar. Inspirado en el príncipe Hamlet, extrañado este en el último acto del drama al ver a la pareja de borrachuzos sepultureros excavar la tierra, cantar y reír al mismo tiempo, León Felipe escribió esta sentencia en el poema Romero solo: «Para enterrar a los muertos, como debemos, cualquiera sirve, cualquiera... menos un sepulturero» Porque no cualquiera puede ser un panadero, ni un ebanista, ni un albañil, ni un maestro, ni un médico, ni un juez, ni un investigador, ni un arquitecto, ni un cocinero, ni un conductor, ni un hortelano... Nadie puede ser nada ni hacerlo bien, ni en beneficio de sus semejantes ni para mejora de la sociedad, si antes no se forma para ejercer su trabajo, a parte de la vocación y el talento que tenga. Esta peregrina idea de hacernos creer que todos valen para todo ha hecho un daño irreparable, mayor aún y más grave cuando se alía con los mensajes de coachings y libros de autoayuda insistentes en que cualquiera puede lograr la felicidad, el éxito profesional y social con tan solo proponérselo o la lectura de algún estrafalario filósofo ruso. Que uno de los cuatro jinetes --más un quinto más apocalíptico aún que los del Apocalipsis-- pueda llegar mañana a la Moncloa no significa que sea el mejor ni esté cualificado para ello. Pues no hay un control cuantificable ni fiable, ni siquiera de opiáceos, para garantizar la calidad del nuevo presidente. A la noche lo sabremos. Disfruten del día.

* Periodista