Hasta hace no muchos años, la derivación hacia la transferencia del conocimiento y la divulgación de resultados como complemento imprescindible y final de la investigación aplicada, había venido encontrando gran resistencia en el marco de la comunidad científica, sumida en una dialéctica estéril entre áreas de conocimiento y repartos de poder, entre «castas» y «subalternos», entre investigación básica y labores de difusión, que tendía a conceder valor de excelsitud a la primera y despreciaba las segundas por considerarlas marginales, de menor rango o «de tercera», asumidas en consecuencia sólo por profesionales que, según la versión de los investigadores sensu stricto, no alcanzaban, o no conseguían, acceder a otro tipo de proyectos considerados de manera tradicional de más prestigio, por falta de méritos, capacidad o competencias. En arqueología, por ejemplo, ha sido durante mucho tiempo el sentir general, con pocas aunque honrosas excepciones que han otorgado siempre idénticos peso y categoría a ambas formas de trabajar, como las dos caras que son de una misma moneda.

De manera especial en el campo de las Humanidades, y con vocación casi militante en el de la Arqueología, los investigadores académicos se han venido preocupando más de la búsqueda del conocimiento por el conocimiento que por revertir la información generada a la sociedad como parte definitoria de sus obligaciones y de su producción, que todavía hoy muchos entienden degradante y asumen sólo para cubrir las apariencias. Sacralizan así su actividad y un concepto algo trasnochado --o cuando menos anacrónico, si bien respetable-- del patrimonio, al tiempo que actúan en contra de las directrices más recientes al respecto emanadas de los organismos internacionales y las administraciones responsables de la investigación, la educación, la ciencia y la cultura como instrumentos reales de democracia y participación ciudadana capaces de mejorar las condiciones de vida; el peso de la legislación vigente; la vocación de servicio público y su prioridad sobre los intereses personales; la ética por encima de los valores epistémicos; la orientación explícita y fuertemente comprometida de las últimas convocatorias de I+D+i, y la propia definición conceptual de la disciplina arqueológica como ciencia histórica, social y responsable. Alimentan también de forma temeraria la tradicional oposición entre ciencias «experimentales» y «humanísticas», cuando en último término hacer arqueología es hacer historia con un trascendente componente patrimonial y social añadido, y entre los amplios límites de estos tres parámetros cabe casi una infinidad de aproximaciones, todas ellas necesarias, pertinentes y complementarias entre sí; porque lo que importa no es lo que se haga, sino cómo se haga, y en la arqueología integral que preconizo cabemos todos siempre que trabajemos de manera coordinada y respetuosa, guiados por la solvencia, la ética y el rigor.

En la Universidad en su conjunto, imbuida hasta cierto punto de la idea --errónea, por cuanto la generación de conocimiento es resultado siempre de la acción, y tiene lugar en un contexto físico, social y temporal determinado-- de que es posible hacer investigación con criterios exclusivamente científicos, neutrales y objetivos, al margen de cualquier posicionamiento social o ideológico, lo que prima, de entrada, es aquélla; a continuación --a gran distancia-- la docencia, y finalmente, de manera tangencial y con frecuencia denostada, no solo en España, la divulgación. Ha contribuido a ello que hasta este mismo curso los resultados de la misma no hayan sido tenidos en cuenta a la hora de evaluar la productividad del profesorado, materializada en sexenios y complementos de diferente calado y alcance, en una flagrante falta de apoyo institucional a las actividades de cultura científica que, por fin, parece haber cambiado. En un ejercicio hasta ahora inédito de compromiso al respecto, el Ministerio ha convocado por primera vez un Sexenio de Transferencia, y nuestra propia Universidad está desarrollando una labor encomiable al respecto. Sirvan como ejemplo su Plan Propio Galileo de Innovación y Transferencia, y que incluso se empieza a hablar de tener en cuenta la divulgación como una carga académica más del profesorado; algo que ayudará a que nos entreguemos con mayor convencimiento a dichas tareas, indispensables bajo todo punto de vista para cerrar el ciclo natural de la ciencia especialmente en arqueología, disciplina social además de histórica que tiene la obligación de revertir sus resultados en la sociedad que la financia; y para ello debe hacer fácil lo difícil, claro lo complejo, completo lo parcial, pues sólo relatos narrativamente persuasivos lograrán una reconstrucción histórica satisfactoria y acentuarán su potencial patrimonial y educativo.

* Catedrático de Arqueología de la UCO