Hoy en día son diversas las batallas que se libran en favor de la dignificación de los derechos de la mujer, de hecho son muchos los frentes abiertos y muchas las formas entronadas de machismo contra las cuales hay que luchar. No obstante creo que los avances generarían mayor eficacia cuando se detectan e identifican aquellas maneras sutiles que pretenden barnizar la mentalidad del pueblo dando por válidos y aceptables el uso de un lenguaje que oculta toda una cosmovisión machista de la vida en general.

Con respecto a esto, me gustaría dar unas pinceladas sobre el gran patriarcado existente, la pasividad institucional de la RAE, la cual no solo ha fomentado la invisibilidad como forma de violencia, y puesto que es la más aceptada socialmente, entiendo que es la más peligrosa, contribuyendo a la afirmación de que la lengua española tiene sexo y es masculino.

A prima facie solo hace falta ver ciertos diccionarios o manuales de uso, por no decir la convención de voces académicas como la de Javier Marías o Arturo Pérez Reverte-Gutiérrez quienes en sentido despectivo responden a las propuestas feministas definiéndolas como «chillidos histéricos» procedentes de «hembristas».

Surge, pues la primera pregunta de esta disertación ¿Cómo erradicar la institucionalización del androcentrismo lingüístico? Teniendo en cuenta el contexto, el principal árbitro en el uso de la lengua española durante sus primeros 165 años de existencia se ha comportado cual club aristócrata con identidad sazonada de misoginia, admitiendo solo a una mujer como académica honoraria. No hace falta ir tan lejos, os invito a visualizar con cualquier navegador de internet la relación actual de membresía de la RAE, 3/4 partes de componente masculino, ¿casualidad? o ¿causalidad histórica?

Ante estos hechos, pretendo que el análisis de la información pueda dar paso a un estado de metacognición individual y colectivo, con la firme convicción de que realidades como las expuestas anteriormente nos lleven a tomar nota como sociedad crítica ante la invisibilidad institucionalizada contra la mujer a la par que se avala un lenguaje sexista. Insisto, si las directrices de quien regula el uso de la lengua han estado secuestradas durante un tiempo bastante importante por un séquito antagónico a la figura femenina ¿qué se podía esperar? Es como la crónica de una muerte anunciada del Gabo; la supervivencia de un espíritu mutante capaz de autojustificarse bajo la venia del intelectualismo académico. El mismo que torpedeó las dignas y frustradas solicitudes de ingreso de mujeres como la escritora cubana Gertrudis Gómez de Avellaneda, así como el triple intento de la escritora gallega Emilia Pardo Bazán con el alegato de que «las señoras no pueden formar parte de este instituto».

Queda mucho por hacer, de momento no puedo evitar dejar de pensar en la expresión «hacer la calle», la cual escuché hace días en boca de una joven para hablar de sí misma con desesperación y negatividad, cual objeto desechable carente de valor, a la par que la miraba absorto, ¡y digo yo!, ¿por qué?

Es indignante la discriminación de acepciones del lenguaje según el género, por ejemplo en este caso si lo dice un hombre significa: alguien dedicado al diseño urbano o paisajístico de carreteras y caminos, o un peón que asfalta vías, incluso un líder que encabeza protestas reivindicativas etc. Lo que no debería ser normal es que si lo afirmara una mujer se autoequipare la expresión al acto de vender su propio cuerpo para calmar el apetito sexual de los hombres. «Es de total vergüenza», así piensa parte del imaginario social. En conclusión hace falta una triple Pecunia Doloris.

La primera, orientada a reparar la propia imagen moral de las mujeres como personas capaces y dignas de vivir en coigualdad con los hombres. La segunda a trabajar educativamente para erradicar las cepas de violencia de género, sobre todo las más sutiles, abundantes en los sujetos individuales y colectivos. Como dice un antiguo proverbio «de la abundancia del corazón habla la boca», hay que trabajar desde muy adentro, desde el corazón. Y la tercera, institucionalizar y materializar en acciones prácticas, públicas y objetivas todo aquello que garantice los derechos y la plena integración de las mujeres tal como diría la nobel Leymah Gbowee «Ha llegado la hora de que las mujeres dejen de enojarse de forma políticamente correcta».

Mujeres, ¡Salid del armario!, es tiempo de diseñar caminos para avanzar sobre ellos, de protestar reivindicativamente. En síntesis, llegó la hora de hacer la calle.

* Profesor y feminista