Nunca había visto al natural ningún ejemplar de borzoi, siempre recordaré cómo los elogiaba un amigo que criaba afganos (entre ellos uno inolvidable, de nombre Lear) y más de una vez me he detenido contemplando los que aparecen en la película Memorias de África, hasta que por fin, hace unos años, vi una pareja por una calle céntrica de Madrid, entonces pude comprobar la elegancia de su forma de andar, y el azar quiso que además ese hecho coincidiera con que acababa de leer un libro en el cual el narrador también se encontraba por primera vez ante esa raza de perros: «Cuando levanté la mirada, vi a los perros. Sin pensarlo cerré el libro para dedicarme a contemplar aquellos extraordinarios animales, los primeros galgos rusos, los cotizados borzois, que veía fuera de las láminas de un libro o de la revista de veterinaria para la que ya trabajaba. En la luz difusa de la tarde de primavera los galgos parecían perfectos, sin duda bellísimos, enormes, mientras corrían por la orilla del mar, provocando explosiones de agua con sus patas largas y pesadas. Me admiré con el brillo de las pelambres blancas, moteadas de un lila oscuro en el lomo y los cuartos traseros, y con el filo de los hocicos, dotados de unas mandíbulas --según la literatura canina-- capaces de quebrar el fémur de un lobo». El texto pertenece a una novela, pero los perros son reales, se llamaban Ix y Dax, su dueño era Ramón Mercader, el asesino de Trotski, que vivió en Cuba como Ramón López y es el protagonista de El hombre que amaba a los perros, del escritor cubano Leonardo Padura.

Ya hace diez años que se publicó ese libro, pero no dejo de recomendarlo siempre que me es posible, como hago mediante estas líneas, hoy que celebramos el Día del Libro. Además, una de las lecturas que me ocupan en estos días es otro libro del mismo autor, Agua por todas partes. No es una obra de narrativa, sino que contiene reflexiones sobre diferentes temas, como por qué vive en Cuba o para qué se escribe una novela. Dentro de esta segunda cuestión incluye un apartado acerca de cómo llegó a escribir esa novela sobre un personaje tan enigmático como Ramón Mercader. No descubriré aquí el entramado de protagonistas de esa historia que Padura llegó a conocer, así como otros con los que entró en contacto después de la publicación de esa novela tan maravillosa. Por seguir con el tema que daba comienzo a este artículo, sí me referiré a que del mismo modo que el escritor de su novela, Iván Cárdenas, se encontró a Mercader y admiró a sus perros en la playa, igual le ocurrió al cineasta cubano Gutiérrez Alea, aunque en su caso los encontró por el paseo central de la Quinta Avenida de Miramar, y quiso que aparecieran en la película en la que trabajaba entonces, Los sobrevivientes. He buscado esa película, solo he visto los primeros minutos, y en una de las escenas he podido contemplar durante unos segundos los dos ejemplares de borzoi que pertenecieron al asesino de Trotski. Padura piensa que Gutiérrez Alea debió saber la verdadera identidad del dueño de los perros, y cuenta que un bastón uzbeko, propiedad de Mercader, acabó en manos del director de cine, pero dejo que los interesados descubran el cómo si leen el libro.

Y el espacio que me queda quisiera dedicarlo a recomendar otros dos libros. Uno es 14 de julio, de Éric Vuillard, que narra algunos acontecimientos de la Francia revolucionaria de 1789. El otro es Sur, de Antonio Soler, una novela que solo ha conseguido elogios de los críticos literarios, si sirve de algo esa referencia, dado que no soy especialista en literatura, pero sí disfruto de ella cuando es especialmente buena, como ocurre en este caso. Además, hoy se presenta en Córdoba con la asistencia de su autor, a las 19:30 en la librería La República de las Letras. No se lo pierdan.

* Historiador