Mal momento para hablar de educación -me dice el lector-, «ahora que todos estamos de vacaciones...». Bueno, yo diría que siempre es un buen momento para hablar de educación, porque hay muchas cosas en juego en este tema: el bienestar presente y futuro de unos cuantos millones de personas, el crecimiento futuro del país, nuestra capacidad de adaptación a los cambios tecnológicos y demográficos, el futuro de las pensiones o, más en general, del Estado del bienestar, o sea, pensiones, salud, educación, dependencia y otras muchas cosas.

Mezclo dos noticias de la prensa de hace pocas semanas. Una: la tasa de abandono escolar temprano es, en España, mucho mayor que la media europea, lo mismo que la tasa de paro juvenil y el porcentaje de ninis, que no estudian ni trabajan. Otra: el mercado laboral tendrá un déficit de más de 100.000 empleos de jóvenes cualificados en el plazo de 10 años. Y añado dos detalles más, estos de mi cosecha. Una: la culpa es nuestra. Dos: la solución es posible.

Empiezo por la tecnología. Cuando un estudiante salga al mercado laboral se encontrará con demandas bien pagadas, contratos a largo plazo y buenas expectativas de futuro. No sé si esas demandas serán muchas o pocas: solo sé que los expertos dicen que unas 100.000 se quedarán sin cubrir. Y después nos quejaremos de que los inmigrantes nos roban los buenos puestos de trabajo, o de que las empresas españolas se llevan sus departamentos innovadores a otros países, porque aquí no tienen trabajadores cualificados suficientes.

Y luego quedan los empleos basura, con sueldos bajos, contratos temporales y muy pocas expectativas de futuro, a los que aspirarán los jóvenes que no estudian (no labran su futuro) ni trabajan (no siguen aprendiendo, que esto es lo más importante cuando se tiene un empleo en esas edades); y tampoco podrán aspirar a ese puesto los que están en el paro y los que han abandonado sus estudios prematuramente. Y a nadie se le oculta que regalarles el diploma de la enseñanza secundaria no es la solución, aunque resulta atractiva para los políticos. O sea: hacer trampas puede dar una satisfacción inmediata al joven sin futuro, pero no le resolverá su problema.

Este no es el lugar para explicar cuáles son las soluciones. Pero se me ocurren algunas ideas. Una: movilicemos a la sociedad civil, es decir, a empresas, sindicatos, universidades, centros escolares y asociaciones de padres y madres, para que, dos, pongan a trabajar a los expertos, a los que saben de esto, que son muchos, para que, tres, hagan planteamientos magnánimos, casi utópicos, de lo que habría que hacer, de modo que, cuatro, esos planes vuelvan a los lugares donde se reúnen escuelas, universidades, familias y empleadores, para que ayuden a los expertos a bajar a la realidad, que no quiere decir devaluar aquellos planes, sino hacerlos viables, con números, plazos y recursos necesarios, que, cinco, llevarán a los políticos para decirles: «La sociedad civil propone esto; ustedes, los responsables de que esto salga adelante, ¿qué piensan hacer?». Y si, como hasta ahora, no dicen nada serio, hacer presión hasta que lo hagan.

Habrá que hacer planes parciales. Por ejemplo, para reducir el paro juvenil, los salarios de miseria y los contratos basura, que son tres patas del mismo problema, porque contratar a un chico o una chica joven, no preparado y mal estudiante sale muy caro a las empresas, cuando se suma el salario mínimo, más la seguridad social, más los costes de acabar el contrato y de buscar otro trabajador. Claro que se les puede obligar a hacer un contrato caro, pero entonces seguiremos sin resolver el problema del paro juvenil.

Otro plan será para los estudiantes que necesitaremos para aquellos empleos relacionados con las tecnologías nuevas. Aquí hay que poner a trabajar a las empresas con las escuelas y los expertos: qué necesitan saber, cómo pueden hacer prácticas en esos temas de futuro, cómo se puede organizar el reciclaje frecuente que necesitarán...

No basta saber cómo funciona internet: hay que enseñarles a desarrollar la tecnología que mueve todo eso. Y eso es caro. Por eso hace falta que las empresas se involucren, poniendo tiempo de sus expertos y dinero, con la esperanza de encontrar mañana los trabajadores que necesitarán, y desarrollando también una colaboración fructífera con las escuelas y las universidades. Y todos saldremos ganando.

* Profesor del IESE