Hoy días arrancará el delirio. No me refiero al político. Bueno, también. Hablo del delirio navideño en familia, una organización humana donde, como en todas, hacemos política, la de lo doméstico. Nos sentaremos a la mesa, beberemos y seremos menos capaces de contenernos. Tal vez surjan asuntos que nos hagan chocar, no las copas de cava, sino las frentes, como cabestros. Tal vez haya indepes e interdepes (como prefiero denominar a los que no creemos en la independencia como medio para alcanzar un futuro mejor, sino en la interdependencia) con las posiciones tan enconadas como el año anterior y sin atisbos de salida al conflicto. ¿Podremos manejarnos sin llegar a los gritos o, peor, a las manos, o acabará la fiesta como el rosario de la aurora?

Para casi todos, excepto para los profesionales de la política ya habituados, discutir sobre política es desagradable, y más con la familia, de quien esperamos apoyo y comprensión, no que se pase al bando contrario. Nuestros principios nos importan porque representan aquello en lo que creemos, en lo que depositamos nuestras esperanzas y con lo que explicamos nuestro presente. Si los cuestionan, sentimos amenazado nuestro bienestar. Por eso, antes de pelearnos por política con un amigo, pariente o vecino, en ocasiones preferimos dejar de verlo. Es demasiado doloroso. O bien nos callamos y damos un paso atrás. Lo malo es que permitir que quien piensa distinto acapare la tribuna nos deja una sensación tan negativa que antes o después pudrirá la relación. Además, si evitamos estar expuestos a pareceres distintos, nos volvemos más rígidos.

Pero se puede disentir en política sin pelearse y sin callarse. Basta seguir las recomendaciones de los expertos en diálogo cívico. Porque la realidad, nos guste o no, es que los problemas políticos de nuestro país solo se solucionarán poniéndonos de acuerdo. Y no hablo de los dirigentes, sino de las personas de a pie que, esta vez sí, podemos aportar mucho.

Hay que estar dispuestos, eso sí, a escuchar de verdad, sin juicios previos, sin sentirnos atacados por el contrario con cada opinión que expresa, sin criticar ni ridiculizar. No es fácil, porque a veces oiremos cosas que duelen, que para nosotros son falsas, incluso injuriosas, pero compensa pasar el trago y aguantar el tirón. Ayuda ver al otro como individuo, no como parte de un grupo. «Los catalanes», «los españoles», «fascistas», «terroristas», son expresiones a desterrar de una conversación útil. Cuando nos vemos el uno al otro como personas y evitamos las consignas genéricas para bajar a lo individual, es más fácil que compartamos los porqués de nuestras posturas y que lleguemos a ponernos, aunque solo sea por un instante, en la piel del otro. Por supuesto, es crucial la reciprocidad, que él o ella también haga el esfuerzo de aguantarse las ganas de mandarnos a paseo y escuche nuestras razones, aunque no las comparta.

Tras conocer el porqué, podremos pasar a hablar de objetivos, el para qué. Aquí es más probable que encontremos un territorio común más amplio. La gente defiende la independencia o seguir como comunidad autónoma dentro de España para alcanzar algo, no porque sí. Es probable que esos objetivos nos suenen porque nosotros también estemos hartos o descontentos con el mismo asunto. Los expertos de centros como el Bridging Differences del Greater Good Science Center de la Universidad de Berkeley (de donde ha salido la mayor parte de esta información) indican que es mejor preguntar que descalificar, dejar a la gente explicarse que soltar verdades incuestionables para acallar al contrario. Y quitarse de la cabeza el objetivo de ganar la discusión. Cámbienlo por el de comprender una realidad compleja. También recomiendan prestar atención al contexto del conflicto, histórico pero también emocional, y asumir la vulnerabilidad, los temores, los valores, mis intereses y los del otro. Y estar dispuesto a que nuestras ideas se modifiquen, a salir de la conversación con más flexibilidad de la que entramos. Paciencia, no querer cambiar las ideas del otro, respeto, no personalizar cuando atacas, sino limitarte a hablar de ti, ayudan también a contener la discordia.

Y afrontar la conversación con mucha curiosidad para quizá llegar a la mejor pregunta de todas: ¿podemos encontrar una manera buena para los dos de llegar a ese objetivo común? Las respuestas muy seguramente señalen caminos inesperados.

La política se inventó como herramienta para solucionar los problemas de las comunidades, no para crearlos. Existen técnicas para ir sembrando semillas de entendimiento y de soluciones, aunque no estemos en periodo de siembra y parezca que lo único que asoma por el horizonte es una sequía o aguas torrenciales de las que arrastran con ellas los nutrientes de la tierra. Bon Nadal, buenas conversaciones.

Se puede disentir sin pelearse y sin callarse. Pero hay que escuchar de verdad, y no es fácil.

* Escritora y guionista