Al ingresar en la Escuela de Periodismo (1952) coincidí con bastantes alumnas. Aunque entonces no se hablaba de paridad la mezcolanza de sexos era natural. Llegaba yo a Madrid imbuido de la separación de sexos en la enseñanza. Durante el bachillerato en el Instituto de Córdoba ocupábamos la misma clase alumnos y alumnas: ellas por la tarde, nosotros por la mañana. Ocupábamos todo el curso el mismo pupitre que permitía tener una «relación» entre dos personas mutuamente desconocidas. El único «contacto» eran papelitos con frases remedo de cartas de amor. Estuve (1954) en una hacienda agrícola cercana a Lincoln, Inglaterra, donde estudiantes europeos de ambos sexos recolectábamos patatas. Aquellas muchachas nórdicas cargaban los sacos con el mismo empeño que los muchachos. Los dos españoles de aquel grupo decidimos actuar caballerosamente, ayudándolas en esa tarea tan pesada. Un italiano nos dijo: «No insistáis que las nórdicas tienen los mismos derechos y obligaciones que los hombres». Cobrábamos todos igual y desde entonces defendí con hechos la igualdad de sexos. Se acerca el Día Internacional de la Mujer, que se lo merece y no como en aquellos lejanos años donde lo tradicional sólo era el Día del Padre. Álvaro de la Iglesia nos llamó «periodistos» y periodistas durante un coloquio en la Escuela de Periodismo. Se adelantó con su habitual humor irónico al lenguaje inclusivo que margina el masculino neutro referido a los seres humanos sean varones o hembras. La Academia Española condena esta moda debida a motivos nada lingüísticos. Escuchen a los políticos y a las «políticas».

* Periodista