Las largas jornadas de trabajo diarias, con sus urgencias y querencias, apenas dejan unos minutos para el descanso y nada para el ocio. Llega uno extenuado y rendido al final de la intensa jornada. Lo más que llego, después de pasar el día leyendo escritos de ámbito jurídico, es a conectarme desde el sofá con las charlas Ted, para escuchar experiencias y exposiciones sobre temas muy diversos con los que desconectar y aprender de otros.

Por eso, cuando llega el periodo estival, con sus largas tardes de verano, con su adaptación de horarios laborales, una de las actividades centrales que rellenan las horas y ocupan la agenda es la lectura. Leer distingue a los seres humanos de otras especies. Desde hace años, llegadas estas fechas, concurro a la librería para proveerme de material diverso en el que sumergirme. Normalmente no lo improviso. Durante el año, las entrevistas a escritores en medios de comunicación, la concesión de premios literarios, la difusión de ferias del libro y otros eventos culturales, también los comentarios de amigos, nos ponen en la pista de aquellos libros que pueden resultar de mayor interés.

Dicen que estamos ante la llamada «generación muda». Muchos jóvenes de ahora se juntan con sus amigos o sus familias, y más allá del uso del móvil no son capaces de mantener una conversación prolongada. De articular historias llenas de detalles. Los padres jóvenes ya no cuentan cuentos a sus hijos. Yo me inventé miles durante años que, cada noche, contaba a mis hijos. Ya no se describen los sentimientos, se utilizan emoticonos. Y en general, cada vez se lee menos y, en consecuencia, se utiliza peor el lenguaje. Por eso leer nos solo nos entretiene, sino que nos enriquece en nuestro conocimiento, nos abre a otras ideas, y nos permite relacionarnos con más matices y pluralidad. No le faltaba razón al escritor Francis Bacon, cuando indicaba que la lectura hace al hombre completo, la conversación lo hace ágil y el escribir lo hace preciso. Aprender a leer, es lo más importante que me ha pasado, dijo el Nobel Vargas Llosa.

A mí me gusta aprovechar las fechas, combinando géneros diversos, complementando el disfrute y la formación. Así, elijo alguna novela de esas «bien escritas», donde más allá de la trama el lector se deleita con la elegancia del lenguaje, las palabras engarzadas a la perfección con la habilidad de un maestro. Tenemos muchos artistas del uso del lenguaje, como María Dueñas, Sánchez Adalid, Isabel Allende, Julia Navarro, Santiago Posteguillo... Tus pasos en la escalera, de Muñoz Molina me llevó hace semanas a dar una vuelta por Lisboa. Otro género a tener en cuenta son esas novelas de suspense, de ritmo trepidante, que llegan a ser ese best seller que encuentras en el kiosco de cualquier estación de tren. Obras donde se tejen esas historias bien urdidas que te atrapan hasta el final. El día que se perdió la cordura, de Javier Castillo, ha respondido a ese formato. Pero también me gusta compartir la novela con el ensayo. Leer sobre sociología para entender el mundo hacia el que vamos, conocer mejor la mente humana para comprender nuestras reacciones, o a grandes filósofos y pensadores que nos ofrecen las vigas maestras que no se ven y sustentan nuestros miedos y anhelos como sociedad. Zygmunt Bauman con su sociedad líquida, Noam Chomsky, o Yuval Noah Harari con su Sapiens, Homo Deus o 21 Lecciones para el Siglo XXI, se han hecho clásicos de referencia. Todo ello salpicado de un poquito de poesía, esa que no pasa nunca. Releer a Benedetti, Neruda, León Felipe, García Baena... para mí no tiene precio.

No lo dudes, si estas cansado de programas basura en la televisión, si el calor te invita a no salir, si has colmado tu cuota de bares cercanos, disfruta de un buen libro que te apasione y te atrape, que te ilusione y entretenga. Decía Cervantes que quien lee mucho y anda mucho, ve y sabe mucho.

* Abogado y mediador