I mágenes de mujeres rodeadas de niños, felices en su papel de pilar de la familia; imágenes de mujeres de negro, armadas con kalashnikovs, en posición de combate. La regla número uno de la publicidad: adaptar tu mensaje a tu mercado. Los terroristas de Estado Islámico (EI), maestros de la propaganda, saben muy bien cómo atraer a su causa a mujeres de todo el mundo, en árabe, en inglés, en francés; a unas les presentan la supuesta vida idílica de la perfecta mujer musulmana; a otras la atracción de la acción y la aventura. Poco importa que sea publicidad engañosa, que la realidad que hay al otro lado no tenga nada que ver con ese paraíso que proponen.

Aunque siempre ha habido mujeres vinculadas a la yihad, desde que el EI proclamó su califato, en junio del 2014, el factor femenino ha ido ganando un peso cada vez mayor en su lucha. Primero como apoyo a los hombres, como esposas, cocineras, guardianas del hogar, como alivio sexual y, sobre todo, como madres garantes de la continuidad demográfica de las futuras generaciones de ese Estado ideal que dicen estar construyendo. También en funciones de mujeres para mujeres, como las de policía de la moral o captadoras, pero pronto, y cada vez más, en su necesidad de contar con todas las manos disponibles, como combatientes.

Se calcula que de los 5.000 foreign fighters europeos que se han trasladado a Oriente Próximo, sobre todo a Siria e Irak, para unirse a organizaciones terroristas islamistas, el 10% son mujeres. Es el mismo porcentaje que se registra entre los españoles: entre los 208 que se han sumado a la lucha por el califato hay 21 mujeres, a las que se suman otras 23 que ya han sido detenidas en territorio español, según un reciente estudio del Real Instituto Elcano.

Jóvenes atractivas, formadas, con futuro... No hay un solo patrón, pero sí hay a menudo algunos rasgos comunes: jóvenes que han entrado en una espiral de dudas sobre su identidad, que se sienten rechazadas por su religión, sin que hayan sido nunca fanáticas ni especialmente devotas, que buscan, y encuentran aquí, una causa por la que vivir, y, en algunos pocos casos, también por la que morir. Jóvenes que llegan a la yihad vía redes sociales, pero también alentadas por captadores muy bien entrenados para detectar vulnerabilidades.

Pero lo que hallan es muy diferente de lo soñado. No es ya que sea un entorno machista y retrógrado, anclado en tiempos más que remotos, es que se sumergen en un entorno violento, en el que se las utiliza a menudo como rehenes para retener a los hombres, como objetos de comercio y moneda de cambio sexual.

Curiosamente, son las mujeres también, y sobre todo las madres --que detectan perfectamente los cambios de personalidad de sus hijos--, las que pueden tener un papel fundamental a la hora de impedir la radicalización de los jóvenes. Tenerlas en cuenta y trabajar con ellas en el desarrollo de las políticas de prevención debe ser imperativo para la lucha antiterrorista en las sociedades occidentales.

* Periodista y directora

de Esglobal