Estoy deseando ver Mientras dure la guerra, la última película de Alejandro Amenábar, centrada en la figura de mi admirado Miguel de Unamuno y su papel durante la guerra civil, primero como defensor del alzamiento de los rebeldes de Franco contra la república y después como detractor de los mismos.

He leído ya algunas entrevistas y algunos comentarios críticos -creo que no muy fundamentados- donde entre líneas o muy a las claras se lee el rechazo de algunos ante una película que se centra en la visión de los indecisos, los pusilánimes, los apáticos o incluso los equivocados. Y todos esos comentarios me han generado aún más ganas de ver la película.

Seguramente se debe a que he leído a Paul Preston y sé que la España del 36 no era en realidad una España de rojos y blancos, de izquierdas y derechas, de legítimos y sublevados, sino algo mucho más complejo y difícil de explicar y, por supuesto, de resumir: era una España donde los convencidos ideológicamente eran minoría (dividida en varias posturas agrupables, más o menos, en tres bloques: izquierda, derecha y anarquismo) junto a una extensa España apolítica, o políticamente analfabeta, a la que las ideologías les importaban solo en la medida en que les prometían vivir como ellos pensaban que debían hacerlo. A esa tercera España pertenecían también los cientos de miles de hombres que fueron movilizados a la fuerza por ambos ejércitos y que desertaron en gran número. Por supuesto, la cantidad nunca fue reconocida ni publicada por nadie (mucho menos por una dictadura que siempre vendió una imagen épica y polarizada de la guerra). Creo que de esa tercera España habla también la película de Amenábar.

Dice el director que los de su generación -entre los que me cuento- nunca estudiaron la guerra civil en la escuela. Él la ha estudiado para escribir su película, dice. Seguro que, como muchos de nosotros, creció escuchando historias familiares que tenían la contienda como telón de fondo. Y también formulándose preguntas y buscando respuestas que, sin duda, carecerán de la pasión de las de generaciones precedentes. Ya no somos parte del conflicto. No nos vimos obligados a elegir. No dudamos, no nos equivocamos. Somos los cómodos depositarios de una memoria que no nos es ajena. Porque, como escribió Sebastià Juan Arbó, «las guerras civiles no terminan nunca». Y en España, menos aún. No en vanos somos el país en que la memoria histórica es más bien desmemoria y en que el dictador sigue siendo visitado, cual faraón, en su mausoleo.

Admiro a Amenábar y a cualquiera que defienda los matices, que se formule preguntas, que nos invite a reflexionar. Que nos recuerde que en medio de las turbulencias resulta difícil acertar, y que no tomar partido, escuchar las ideas enfrentadas tratando de encontrar la tuya propia, es una postura tan legítima como cualquier otra. Dice Amenábar que ha querido no ofender a ninguno de los dos bandos. Le aplaudo. Aunque temo, visto lo visto y sabiendo cómo está el patio, que ocurra todo lo contrario y se enfaden todos.

* Escritora