Seño, Albert me está copiando el programa. No, seño, no es verdad, Pablo me está copiando a mí. Seño, Albert dice que es líder de la oposición, pero yo he sacado 210.000 votos más: el líder soy yo. No, seño, no escuches a Pablo, porque he rozado el «sorpasso». Pero solo unos días antes, por parte de Pablo: seño, yo quiero ser amigo de Santi. Pero al día siguiente: no, seño, yo no quiero ser amigo de Santi, que es muy malo y nosotros somos de centro. Y todo entre pucheros, con los gestos mohínos, camino del recreo. Eso hemos sufrido esta semana, una pataleta de puro infantilismo por parte de los niños que quieren gobernarnos. No se han tirado de los pelos Albert y Pablo porque no les han dejado, no se han retado a una pelea de chinos en el patio porque había muchas cámaras delante o porque no había valor, que también hace falta, como cantaba Radio Futura, para ir a la escuela del calor y para encarar al personal. El nivel, más o menos, ha sido de contienda no de instituto, sino de guardería, con estos dos chicarrones de centro, de centro-derecha o de derechas, para hablar llanamente, retándose sin gracia. Con este espectáculo dan ganas de que vuelva Rajoy, que al final, con Pedro Sánchez siempre al final de la escapada, ha acabado haciendo bueno el plasma. Estoy seguro de que tanto Casado como Rivera pueden hacerlo mejor, porque peor es imposible. Pero Rivera está empeñado en hacer de Iglesias con Sánchez en aquellas primeras elecciones en que quiso comérselo, y Casado se deja engatusar a golpe de señuelo, y entra al trapo, en lugar de centrarse en su parchís. De Europa, mientras, no se habla en España, en pleno brexit y en plenas elecciones. Alguien debería enviar a todos los candidatos El mundo de ayer o El legado de Europa, de Stefan Zweig, aunque aquí nadie cita sus lecturas, y será por algo. Mientras tanto, avanzan la xenofobia y el odio a la construcción europea. La política de poli de guardería debe dejar paso a la mirada adulta.

*Escritor