C omo es conocido, en Alemania se celebraron elecciones generales el pasado septiembre. Unas elecciones en las que ganó la CDU/CSU de la señora Merkel con el 33% de los votos, seguida por el SPD (socialistas) con el 20,5%, la AfD (extrema derecha) con el 12,6%, los Liberales con el 10,7%, la Izquierda con el 9,2% y los Verdes con casi un 9%. Ante estos resultados, con una ligera caída de apoyo para la señora Merkel (-1%), un fuerte varapalo para el SPD (-5%) y la aparición parlamentaria de la extrema derecha, solo había tres alternativas posibles: un gobierno de coalición amplia (CDU/CSU más los Liberales más los Verdes) que se bautizó con el nombre de Jamaika-Koalition (por los colores de los distintos partidos iguales a los de la bandera del país del Caribe); la reedición de la Grosse Koalition (GroKo) entre los dos partidos más votados, conservadores de Merkel más socialistas de Martin Schulz; y, finalmente, nuevas elecciones.

Teniendo en cuenta estos resultados, la iniciativa correspondía a la señora Merkel, que, en principio, prefería la opción de una gran coalición. Sin embargo, el hecho de perder casi el 20% de sus votos y que posiblemente este sea el último mandato de la cancillera (en alemán existe el femenino de canciller) porque sería su cuarto gobierno, hizo que el SPD de Martin Schulz se negara a reeditar el gobierno. Como, por otra parte, para la CDU era importante intentar un acuerdo, ya que en Alemania no está bien visto no negociar (kompromiss es una palabra importante en su cultura política), se iniciaron conversaciones para un gobierno con los Liberales y los Verdes. Negociaciones que fracasaron en el 20 de noviembre con un desplante de los liberales. En ese momento, pues, solo quedaba la opción de una nueva Gran Coalición o elecciones. Pero el panorama se había movido, porque una repetición de las elecciones le podría dar más votos a la señora Merkel (a costa de los liberales) y no era seguro que mejorara a los socialistas. Por eso, ante las presiones del presidente federal Steinmeier, y por un sentido de Estado típicamente alemán, Schulz se avino a negociar una nueva coalición.

El resultado es un acuerdo de 179 páginas titulado Un nuevo inicio para Europa; una nueva dinámica para Alemania; una nueva cohesión para nuestra tierra (www.cdu.de o www.spd.de), en el que, a lo largo de 14 capítulos, se desgrana un buen programa de gobierno sobre los tres ejes del título. Del texto se deducen algunas de las constantes de la política alemana de los últimos cincuenta años: Europa como solución y conjuro de sus demonios interiores; una economía liberal y competitiva en un Estado social financieramente responsable; una genuina preocupación por la cohesión social y las políticas sociales. Con una estructura lógica muy alemana y con temas de los que en España ni se habla (familia o infancia), mi único pero al acuerdo, además de algunas inconcreciones, es la ambigüedad sobre temas de medio ambiente.

A este acuerdo solo falta ponerle nombres, pues también en la negociación de las carteras ha estado muy hábil la señora Merkel, ya que la cesión de la cartera de Hacienda, además de la de Asuntos Exteriores (y la tradicional de Trabajo) a los socialistas obligará a estos a correr con el coste político de sus promesas europeístas. El socio pequeño, la conservadora CSU, se lleva Inmigración, conteniendo a AfD y posibilitando una nueva victoria en Baviera.

El único problema es que los socialistas tienen que consultar a sus militantes. Unos militantes que son más radicales que sus dirigentes y entre los que hay una fuerte división. Por eso, hasta el día 4 de marzo no sabremos si tendremos gobierno en Europa (perdón, en Alemania) o se abre un nuevo periodo de incertidumbre. Una incertidumbre para unos 450 millones de europeos que nos generan 460.000 militantes del SPD.

* Profesor de Política Económica. Universidad Loyola Andalucía