La vaticinada victoria de Nueva Democracia en las elecciones legislativas celebradas ayer en Grecia cierra un ciclo de pesadilla en la historia del país, sometido al doble castigo de la negligencia de sus gobernantes y de la saña punitiva de la Unión Europea (UE).

La rotunda derrota de Syriza y de su líder, Alexis Tsipras, es el resultado de la decepción de un electorado tres veces maltratado: primero por la conservadora Nueva Democracia, que falseó la contabilidad del déficit para engañar a Bruselas, después por el socialista Pasok, consumido por la corrupción, y, por último, por la nueva izquierda de Syriza, que pasó en el 2015 de prometer la utopía emancipadora a plegarse a la austeridad extrema impuesta por la UE para lograr el último de tres rescates.

La paradoja mayor es que vuelve al puente de mando con Kyriakos Mitsotakis el partido que puso los cimientos del desastre griego y ahora promete acudir al salvamento de una clase media empobrecida más allá de toda medida y de un proletariado urbano sumido en la miseria.

Las mismas dudas que ofreció a la UE la viabilidad del programa económico de Syriza, defendido en el 2015 con obstinación por Yanis Varoufakis, las presenta hoy la aplicación de la bajada de impuestos y de los tipos de interés que promete Mitsotakis. Salvo que se ponga en marcha una nueva entrega del programa de privatizaciones alentado por la UE, se aproxima a la cuadratura del círculo la pretensión de mantener intactos los compromisos adquiridos en cada uno de los tres rescates si disminuye la presión fiscal. Y aún es menos verosímil que los modestos aumentos del PIB -crecimiento del 1,8% en 2018- propicien un incremento significativo de los ingresos del Estado. Dicho de otra forma: es muy probable que la catarsis expansiva que promete Nueva Democracia sea tan irrealizable como lo fue en el 2015 la heterodoxia de la pareja Tsipras-Varoufakis.

La Nueva Democracia de Mitosotakis cosechó el 39% de los votos, bastante alejada de la segunda fuerza, Syriza, que alcanzó el 31%, un resultado algo mejor de lo que se esperaba. Detrás de los dos, la candidatura del socialdemócrata Pasok.

En el resultado de la votación de ayer hay bastante más de hartazgo y hastío -como demostró la elevada abstención- que de confianza en que las recetas de la derecha pueden sacar a los ciudadanos del atolladero. La satisfacción bruselense por la instalación de Tsipras en el realismo económico apenas tiene eco en la calle griega, pero la degradación de la imagen del primer ministro lleva inevitablemente al electorado a buscar refugio en lo conocido, visto el desastre desencadenado por lo presuntamente innovador, aquello que debió regenerar el país, pero lo sumió en la depresión.