El enfrentamiento entre Estados Unidos y Turquía es una crisis múltiple, diplomática y financiera, con su origen en una pelea de gallos, la registrada entre Recep Tayipp Erdogan y Donald Trump, que viven aunque no lo parezca en un mismo gallinero que es la OTAN. Un enfrentamiento que, con los frágiles equilibrios internacionales, no puede limitarse a esos dos países, y está contagiando además, al gallinero vecino, es decir, a la Unión Europea y en particular a los países de la zona euro. En términos de política clásica, esta disputa resulta bastante incomprensible, pero en el mundo posmoderno en el que vivimos, la lógica ha desaparecido de la política, lo mismo que la diplomacia.

Erdogan y Trump se niegan a devolver a sus respectivos países a dos ciudadanos, un pastor estadounidense detenido en Turquía (donde se acusado de espionaje y terrorismo, e inmerso en un juicio en su contra) y el líder de un movimiento islámico que vive en EEUU desde 1990, a quien Erdogan considera una amenaza, pues lo culpa del fallido golpe de estado del 2016. A partir de ahí, EEUU impuso sanciones a dos ministros turcos y dobló las tarifas al acero y aluminio. De lo que era una crisis diplomática se pasó directamente a una crisis financiera y comercial con el desplome de la lira turca.

El presidente turco puede decir que su país es objeto de un ataque exterior, pero lo cierto es que la crisis de la lira no es algo que se ha cocinado de la noche a la mañana. Viene de años atrás, de la promoción de un modelo económico que ha facilitado un boom en varios sectores como el de la construcción, la industria armamentista o las grandes obras públicas, generando al mismo tiempo grandes desequilibrios y una economía aparentemente sana, sustentada en pies de barro. Pero hay más. El turismo que es uno de los principales sustentos económicos del país se vio seriamente afectado por el atentado en el aeropuerto de Estambul en junio del 2016 y poco después, por el golpe de Estado.

Las consecuencias en los mercados ya se han hecho notar. La inyección de liquidez del Banco Central turco a los mercados no ha bastando para frenar la sangría. El BBVA, muy presente en Turquía a través de otra entidad financiera, está sufriendo serias consecuencias. Sin embargo, los efectos de esta crisis múltiple pueden ir más lejos hasta alcanzar un cambio geoestratégico. Puede acabar inclinando a un Erdogan aislado a buscar asilo en otro gallinero al margen de la OTAN, el de Vladímir Putin. El sultán turco ha tenido varios desencuentros con Trump. Pese a tener en su territorio el cuartel del mando terrestre de la Alianza Atlántica y ser un socio antiguo de la organización, ya ha preferido comprar un sistema de defensa antimisiles ruso.