El Gobierno británico no podía acudir a negociar con la UE los términos del brexit en peores circunstancias. La primera ministra, Theresa May, tiene su autoridad reducida tras el castigo que le dieron los electores convirtiendo la mayoría absoluta de la que disfrutaba en una minoría necesitada de un apoyo externo por el que deberá pagar un elevado precio. Su Gabinete se parece bastante a una olla de grillos con posturas distintas acerca del brexit sin que sus defensores se repriman a la hora de expresarlas públicamente. Y está la falta de preparación del equipo negociador británico. Por el contrario, el que representa a la UE ha preparado durante todo un año el asunto más delicado y de mayores consecuencias para todos al que se enfrenta la Unión. Así se llegó el lunes al primer encuentro, en el que Londres tuvo que aceptar la estrategia decidida por Bruselas. Como se trataba de aspectos técnicos la negociación no fue a cara de perro. El enfrentamiento llegará cuando haya que discutir la factura y ello no será de forma inmediata, pero esta tardanza hallará un enemigo en la evolución de la economía que, según las previsiones, perjudicará al contribuyente británico. Quedan muchos días hasta marzo del 2019 cuando el acuerdo final debería ser ratificado. El camino no será de rosas ni faltarán las sorpresas, pero el resultado, sea cual sea, no beneficiará a los que se quieren ir ni a los que seguimos creyendo en el proyecto europeo.