Parecía que habíamos llegado al final del camino y resulta que era sólo una curva abierta a otro paisaje y a nuevas curiosidades, escribe José Saramago en su obra El año de la muerte de Ricardo Reis. Estas semanas finales de mayo y primeras de junio están jalonadas de actos de graduaciones académicas, de promociones de jóvenes que han terminado sus estudios, ya sea en enseñanzas medias o universitarias, lo que resulta un motivo de felicidad compartida en este escenario confuso de la historia y del tiempo, de cambio de etapas y paradigmas, de prioridades y modelos que nos ha tocado vivir. Graduarse no solo equivale a terminar con éxito un ciclo de estudios oficiales, sino que supone muchos más: atravesar la línea de aquélla meta que un día se antojaba lejana, y que tantos esfuerzos y desvelos ha costado alcanzar, y adentrarse en el océano inmenso de posibilidades en las que desarrollarnos plenamente como seres humanos y aportar lo mejor de nosotros a una sociedad que nos espera y nos necesita.

Para llegar a la cima, los graduados y quienes se sienten cerca de ellos, recordamos a quienes nos acompañaron con el esfuerzo y el consejo, con su alma de tiza y corazón de patio; reflexionamos sobre las dificultades y derrotas que fueron parte fundamental de nuestro aprendizaje, y ponemos en valor la honestidad de nuestra voluntad, la perseverancia en el día a día, semestre a semestre, la superación ante las contrariedades que en diversos momentos minaron nuestro camino, en la resilencia y madurez que nos llevó al triunfo final. Deparamos en los rostros y en los latidos, en las personas y sus historias, en los encuentros y en tantas emociones compartidas.

Junto al sentimiento de alegría por el triunfo, sobresale la gratitud por tantos que lo hicieron posible, la nostalgia por quienes fueron parte de nuestra vida y comienzan otros senderos, y la determinación con una mochila cargada de aptitudes y actitudes para encarar cualquier reto. Ahora queda, más que mirar hacia esos paisajes nuevos que aparecen en nuestro horizonte, involucrarnos sin medida en cuál será nuestro sitio a la mesa, tener altura de miras y valor para arriesgar en conquistar tantas metas soñadas: no la de otros, sino la propia de cada uno. El futuro está oculto detrás de los hombres que lo hacen, señalaba Anatole France. En su famoso discurso de 2005 ante los graduados de la Universidad de Stanford, Steve Jobs exhortaba a los jóvenes indicándoles que el tiempo es limitado, «así que no lo pierdan viviendo la vida de otros. No te quedes atrapado en el dogma, viviendo en base a los resultados de los pensamientos de otras personas. No dejes que el ruido de las opiniones de los otros ahoguen tu voz interna. Ella ya sabe lo que quieres llegar a ser. Todo lo demás es secundario». Solo quedaría, a partir de ahora y para graduarse en la vida, añadir las palabras de Neruda: «queda prohibido no crear mi historia,/ no luchar por lo que quiero,/ abandonarlo todo por tener miedo,/no convertir en realidad mis sueños». Suerte.

* Abogado y mediador