Al ritual verbenero y festivo de la primavera andaluza, donde no hay hueco para un cuchipanda más, ha venido a sumarse, y vienen para quedarse, los fastos de graduación en el instituto y en la Universidad, que son una muestra más de cómo el cine norteamericano se ha metido en nuestras costumbres; pues no crea nadie que es la U.S. Army la que conquista territorios y voluntades para enriquecer a los EEUU. No, es el cine, la TV y su poderosa industria audiovisual la que iguala usos y conciencias en todo el mundo. Digo esto porque un servidor, con tres licenciaturas --y permítanme la petulancia--, jamás tuvo ni fiesta de graduación en el bachiller ni en la universidad ni la parafernalia que ahora veo se estila, ni siquiera ese viaje de fin de curso que ahora es objetivo prioritario de los cruceros. Qué disparate, meter a unos bachilleres en un barco de lujo, con la pulserita de barra libre y piscina en cubierta, invitándoles a vivir una falsa vida de ricos de pacotilla de la que serán expulsados en cuanto el buque atraque, y a la que desde luego tardarán en acceder cuando se conviertan en becarios de esos que trabajan sin cobrar. Qué horror, y luego queremos una educación en valores. Pero en fin, ya que esto de la graduación se ha colado en nuestras universidades, también por la influencia de las privadas que han proliferado en nuestro país a medida que la enseñanza pública perdía fuelle, al menos, mantenga un mínimo de coherencia con lo que simbolizan. Fue antes de acabar el mes de abril cuando una llamada de mi ahijada me anunciaba su inminente graduación en Rabanales, por cierto, un centro que nada tiene que ver con la facultad donde ha cursados sus estudios. «Pero cómo es eso -- le dije--, ¿tan pronto has acabado el curso?». «Ni mucho menos», me respondió, aún tenía que pasar por el calvario de los exámenes finales, prepararlos en el tentador mes de mayo cordobés y ver qué resultados obtenía. Pero antes de todo ese trance final y difícil, mi sobrina y todos los de su curso ya tienen beca, orla, celebración y vestido de consagrar. Alguien me puede explicar qué sentido tiene este trampantojo de graduación cuando los aspirantes a graduados están sin hacer. Es el signo de nuestro tiempo, la sociedad del espectáculo, donde prima la celebración antes de la obtención de resultados, donde la saciedad llega antes del deseo y el hartazgo de todo antes de ser adultos. Y esto se fomenta desde la Universidad, y los profesores se prestan a tal pantomima con su birrete y esclavina repartiendo bendiciones a los alumnos que mandarán luego a septiembre. Y luego queremos que anden por sí solos, que sean emprendedores.

*Periodista